Artículo
Laura Knight-Jadczyk
 
 

¿QUIÉN ESCRIBIÓ LA BIBLIA Y PORQUÉ?

  MOISÉS Y ARÓN
Extraído de
Historia Secreta del Mundo

Derechos Reservados 2001, ninguna parte de este texto puede ser copiado, almacenado, o reproducido por ningún motivo sin el consentimiento escrito de la autora.


 

Regresando al asunto de la cronología bíblica y su drástica imposición, hasta nuestros días, sobre el mundo entero, es preciso que consideremos algunos puntos. El redactor y editor de la Biblia seleccionó el orden de las historias para su nueva “historia” con el fin de que cumpliera su función de unificación tribal con vistas a establecer un control político y religioso. Esto ha supuesto una buena cantidad de problemas para todo el que se ha empeñado en separar lo que es verdadera historia del resto del texto bíblico.

Ya hemos anotado que la fuente Sacerdotal que amalgamó las historias de los inconexos grupos tribales dispersos por el Canaán de la Edad de Hierro se vio constreñida por la necesidad de incluir varias versiones de la misma historia. Su auditorio habría rechazado cualquier “historia” que no incluyera las tradiciones orales que realmente poseían. Además, la evidencia sugiere que agrupó las historias en un cierto orden con la intención de crear la ilusión de que se trataba de la larga historia

   
 
 
 
 
 
 
 

 

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"Los desastres suponen ciclos en el ciclo de la experiencia humana [...] El ciclo humano refleja al ciclo de catástrofes. La Tierra se beneficia con una limpieza periódica. Es hora de prestar atención a los Signos. Se están incrementando. Se pueden incluso "sentir," si prestan atención."

 


"La vida es religión. Las experiencias de la vida reflejan cómo uno interactúa con Dios. Aquellos que están dormidos son aquellos de poca Fe en términos de su interacción con la creación. Algunas personas creen que el mundo existe para que ellos lo superen, lo ignoren o lo acallen. Para estos individuos, los mundos dejarán de existir. Se volverán exactamente aquello que le han dado a la vida. Serán simplemente un sueño en el "pasado." Las personas que prestan una rigurosa atención a la realidad objetiva, mirando hacia todas partes, pasarán a ser la realidad del "Futuro."

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

de un pueblo escogido. Es de eso mismo de lo cual Isaac Newton acusaba a otros autores de la antigüedad, si bien nunca consideró la posibilidad de que algo similar había ocurrido con la Biblia.

De cualquier manera, fue Newton el que esbozó para nosotros el proceso que se empleó. Los editores de la Biblia crearon su historia mediante la inserción de segmentos del Libro de las Generaciones, con lo cual, de súbito, la repetición de historias que habían ocurrido en un determinado momento parecían más bien haber tenido lugar a lo largo de cientos o miles de años. En otras palabras, el arreglo “horizontal” de las historias en el tiempo, se convirtió en un arreglo “vertical”. Lo que le había sucedido a varios pueblos diferentes de repente le sucedió al pueblo “escogido” y, lo que es más, las historias que giraban alrededor de un solo individuo y que habían sido pasadas de grupo en grupo, a menudo resultaron adaptadas a la personalidad de cada grupo específico según el proceso de mitificación que ya hemos discutido.

La mejor forma de analizar este asunto es considerar primero los hechos tal y como seamos capaces de develarlos, para luego ver si alguna de las historias de la Biblia calza con esos hechos, y proceder del todo haciendo a un lado las genealogías manufacturadas y la “cronología histórica” bíblica.

Se supone que la Biblia es la historia de una larga serie de epónimos fundadores. Las diferentes versiones de las historias recolectadas de las variadas tribus fueron ensambladas en una cronología vertical que se extiende por siglos y está apoyada por la inserción de genealogías, la mayoría de las cuales resultaban inciertas y repetitivas, cuando no claramente inventadas para el propósito entre manos. Aún así, he sugerido que hay una serie particular de historias situadas dentro de un período de referencia que SÍ aparecen registradas tanto en la historia egipcia como en la Biblia, y de manera tan coincidente, que ambos lados del relato calzan como anillo al dedo. Además, como también lo he sugerido, el entender claramente este evento histórico real que se reporta tanto en la Biblia como en los registros egipcios, es la clave para desentrañar el misterio del Arca de la Alianza.

Regresando al asunto de las reformas de Ezequías luego de la caída del reino del norte, cabe preguntarse qué cosa haría un descendiente de Aarón en el reino del sur ante la llegada de todos los refugiados provenientes del norte con sus propias historias, relatos y genealogías. ¿Cómo encara uno su propio papel de sacerdote de la línea aarónica denigrado por estas historias, así como su función de árbitro de las leyes de Yahvé, cuando su privilegio de representante del único grupo autorizado para realizar el sacrificio se ve en peligro de ser revocado?

La respuesta es, por supuesto, escribir otra Torah. El documento “S” fue escrito como alternativa de J y E. En S se introduce a Aarón como la autoridad por excelencia. En JE, los milagros tienen lugar en Egipto por intermedio del báculo de Moisés, pero el autor del documento S lo transformó en el báculo de Aarón. En el JE se presenta a Aarón como el “hermano Levita” de Moisés, lo cual solamente puede significar que son miembros de la misma tribu y no necesariamente hermanos de sangre, pero el autor del documento S afirma categóricamente que Moisés y Aarón eran hermanos en el sentido literal de la palabra, hijos del mismo padre y madre. Aún más, ¡S afirma que Aarón fue el primogénito!

En S no hay sacrificios sino hasta que tiene lugar el sacrificio en ocasión de la consagración de Aarón como Alto Sacerdote. El autor de S deliberadamente omitió los sacrificios ofrecidos por Caín, Abel, Noé, Abraham, Isaac y Jacob. Cuando no le fue posible omitir el sacrificio de la historia, omitió la historia por completo.

Por ejemplo: en la versión de la historia del diluvio que aparece en J, Noé tomó varias parejas de todos los animales que resultaban apropiados para el sacrificio; en S se indica que solamente fue una pareja de cada uno. En J, al final de la historia, Noé ofrece un sacrificio, así que necesitaba de los animales adicionales para asegurarse de no extinguir la especie, pero en S no hay tal sacrificio.

Para el autor de S, el asunto del linaje de los sacerdotes que fungen como únicos intermediarios entre dios y el hombre es de capital importancia. Allí no hay ángeles, ni animales que hablan, ni sueños proféticos, y está claro que cualquiera que osara cruzar los límites establecidos sería sentenciado a muerte. En S Yahvé aparece como el dios universal y abstracto que creó “los cielos y la tierra” y que inflingió un castigo a la humanidad entera en forma del diluvio a causa de una crisis cósmica. En los documentos J y E, el dios que creó la tierra y los cielos –en ese orden– es un dios personal que habla con el hombre en términos íntimos. La historia del diluvio lo presenta como un evento cíclico, no como un desastre cósmico que tiene que ver con la culpa y la venganza.

Así es que a través de la fuente S leemos acerca de un dios cósmico de orden y control con el cual el hombre se puede comunicar solamente a través de los oficios de un sacerdote acreditado, descendiente de un linaje sacerdotal, y que haga uso de los rituales específicos ordenados por el mismo Yahvé. Una y otra vez S reitera que el sacerdote aarónico erguido frente al altar es el único acceso a dios. Estos sacerdotes se han convertido en los guías espirituales, los feminizados participantes de un extraño hieros gamos con una deidad masculina en el cual su papel queda simbolizado por una castración ritual: la circuncisión.

En Las Consultas Conviviales de Plutarco, uno de los huéspedes declara ser capaz de probar que el dios de los judíos es realmente Dionisio Sabazius, el dios de la Cebada de Tracia y Frigia; de manera similar, Tácito también consigna en su Historia (v. 5) que “algunos sostienen que los ritos de los judíos fueron fundados en honor de Dionisio”. En el año 139 AC, el historiador Valerius Maximus dice que C. Cornelius Hispallus, pretor de los Extranjeros, expulsó de Roma a ciertos judíos que “intentaban corromper la moral de los romanos a través de un pretendido culto al Júpiter Sabaziano”. La inferencia es que el pretor no los expulsó por una legítima adoración de dicho dios, sino más bien porque pretendían imponer un extraño rito nuevo dentro de la religión traciana: ¡la circuncisión! Resulta curioso que los posteriores seguidores de esta perversión pronto comenzaran a recurrir a la castración completa como una forma de adoración de su dios, aún después de que ese dios había sido transformado de Jehová a Jesús. San Agustín fue uno de ellos, y se conjetura que San Pablo también era un eunuco auto-mutilado, aunque yo discrepo de esto. En época posterior esta práctica fue transformada en la idea del celibato y el monasticismo que oscureció y distorsionó aún más el asunto del “Fuego de Prometeo”.

En el texto S no existe una sola referencia a dios en términos de un ser misericordioso. Las palabras misericordia, gracia, fidelidad y arrepentimiento no aparecen ni una sola vez. El escritor intenta que el lector entienda que no se puede obtener perdón tan solo porque uno se arrepienta o haya aprendido la lección. El perdón solo se puede obtener, de manera exclusiva, mediante el sacrificio oficiado por un sacerdote autorizado quien, en vista de su incapacidad para realizar el legítimo ascenso extático, en su lugar hace un sacrificio de sangre en honor de su dios.

La persona que escribió el documento S no se limitó a cambiar algunas de las historias: desarrolló un nuevo concepto de dios, y su motivación era una de carácter teológico y político, así como la institución de un control de índole económico. También intentó establecer a un grupo específico como legítima autoridad sobre la tierra: el de los Levita Aarónicos. El autor de S no pudo establecer su autoridad meramente defendiendo a Aarón o arrojando una luz más favorable sobre este. También sintió que era necesario lidiar con Moisés y sus descendientes de una manera muy cuidadosa, lo cual nos sugiere que se encontraba en una posición muy precaria.

Con el arribo de los refugiados procedentes del reino del norte, incluyendo a los sacerdotes de Shiloh que descendían de Moisés, el autor no podía simplemente desprestigiar a Moisés de manera directa: Moisés era el héroe nacional del reino del norte, el reino de la dinastía omrita, aún cuando estos sacerdotes ya habían sido desplazados por Jezabel y sus dioses. Moisés, de hecho, era el fundador mismo del reino del norte.

Así entonces, el autor de S no podía simplemente divulgar unas cuantas mentiras acerca de él, pero sí podía darle a las historias un giro particular. De ser necesario podía incluir ciertos detalles a guisa de información proveniente de “fuentes internas”, “conocimiento privilegiado”, o “revelación divina”, para dar un espaldarazo a su declaraciones y a su posición.

Preocupado como lo estaba de que la gente pudiera rechazar una nueva Torah, el autor del documento S debía considerar lo que la gente ya tenía por sabido y aceptado. Con no poca maña debía producir un relato del pasado que fuera aceptado por el auditorio. Así pues, en general aceptó el lugar de Moisés dentro de la tradición, pero minimizó su importancia e incluso distorsionó por completo algunas de las historias para presentarlo bajo una luz desfavorable. [i]

El autor de S también nos cuenta su propia versión de la revelación sobre el monte Sinaí. Hacia el final de la historia, S agrega un detalle que la diferencia del original: que cuando Moisés bajó de la montaña, algo bastante inusual había ocurrido con su rostro. Cuando la gente lo miró sintió temor de acercársele, y él se vio obligado a usar un velo. Según S, cuando quiera que pensamos en Moisés durante los últimos 40 años de su vida, se supone que debemos imaginarlo usando un velo.

Y, ¿qué era lo que había pasado con el rostro de Moisés? El significado del término hebreo es incierto, y por mucho tiempo la gente pensó que se refería al hecho de Moisés había adquirido cuernos. Esto llevó a múltiples representaciones dentro del arte medieval en las cuales Moisés aparecía con cuernos. Otra interpretación es que algo le había sucedido a la piel de Moisés: que expedía una luminosidad. Así que muchas traducciones e interpretaciones propagan esta idea y se refieren a que era tan grande la “gloria” que irradiaba de la cara de Moisés que hería los ojos de todo el que la contemplaba. Yo misma fui inculcada con esta idea.

En épocas más recientes el académico bíblico William Popp reunió un basto cuerpo de evidencias que sugieren que lo que el autor del documento S quería comunicar a su auditorio es que Moisés había quedado desfigurado a tal extremo que la gente no podía soportar mirarlo directamente. El texto efectivamente nos dice que la “gloria de Yahvé” es como un “fuego abrasador”, lo cual sugiere que la carne de Moisés había sido consumida y este se había convertido en una especie de espectro salido de la peor pesadilla. Si esto era un coloquialismo aceptado durante la época, entonces representa un toque maestro de la manipulación por parte del autor de S: no ha denigrado a Moisés, pero ha creado una imagen de horror que nadie desearía contemplar.

Yo sin embargo creo que la alusión tiene una razón diferente. Retornando al asunto del dios Sol encontramos que uno de los más tempranos intentos por satanizar a la diosa corresponde al antiguo dios babilónico Huwawa (Humbaba). Huwawa aparece en las historias de Gilgamesh en forma de guardián del Bosque de Cedros al servicio de Enlil, y tenemos la idea de que la madera de cedro era muy importante para el dios de Moisés tal y como se indica en el texto S. También sabemos de la importancia del abeto para el nacimiento de la diosa, así que dentro de este Huwawa también se asimilaron las prerrogativas de la diosa. Además notamos algo interesante en cuanto a su curioso nombre: Huwawa suena muy parecido a Yahvé.

El empleo del cedro en los sacrificios, y el mismo requerimiento de que se utilizara madera de cedro para la construcción del templo, establece curiosas conexiones con este dios Huwawa. En segunda de Samuel, capítulo 7:7, se dice que Yahvé, por intermedio de su profeta Natán, le dijo a David:

Durante todo este tiempo que acompañé a los israelitas en su periplo, jamás dije a ninguno de los caudillos a quienes ordené gobernar sobre Mi pueblo Israel que me construyeran un casa con madera de cedro.

Por otro lado, en el verso 13 Yahvé le dice a David que su hijo será el que le construirá dicha casa. “Él construirá un templo para Mi nombre, y yo haré que el trono de su reino perdure por siempre.” En 1 Reyes, 5:6, se dice que Salomón requirió del envío de cedros de Líbano para la construcción del Templo. Curiosamente, en la historia de la Biblia Salomón estableció el impuesto del trabajo forzado para la corta de los árboles y la construcción del templo, en forma similar a las condiciones que existían durante la esclavitud en Egipto. Los cimientos del templo consistían de “enormes piedras de primera” del tipo que, por supuesto, nunca antes se había visto en Jerusalén.

¿Acaso llegó la gente a percibir esta relación entre el terrible rostro de Moisés y el terrible rostro de Huwawa, el guardián del bosque de cedro? A Huwawa se le describe como un gigante protegido por siete capas de un terrible resplandor. Resultó muerto a manos de Gilgamesh y Enkidu en una historia que es harto similar a la de la muerte de Goliath a manos de David, o a la de la muerte de Medusa a manos de Perseo. En todas estas historias, el héroe Osiriano resulta victorioso sobre la serpiente de Set.

Melam y ni son dos palabras sumerias que a menudo están relacionadas. Estrictamente hablando, ni parece referirse al efecto que tiene sobre los seres humanos el poder divino melam. Los babilonios utilizaban varias palabras para expresar la idea de ni, incluyendo puluhtu, “miedo”. El significado exacto de melam es difícil de entender. Se refiere al resplandor intenso que normalmente se asocia con la presencia de los dioses, héroes, y en algunas ocasiones reyes, pero que también se asocia con templos de gran santidad. Si bien de alguna manera se trata de un fenómeno relacionado con la luz, melam es a la vez algo terrorífico y atemorizante. Ni puede ser experimentado como una sensación física de escalofrío. Se dice que algunas veces los dioses “portan” su melam a la manera de un traje o una corona, y de la misma forma que un traje o una corona, también se lo pueden “quitar”. No obstante estar siempre relacionado con lo sobrenatural, melam no tiene connotaciones morales ya que los demonios y los terribles gigantes también lo pueden exhibir. [ii]

Entonces es bastante probable que esa fuera la idea que tenía en mente el autor del documento S en su descripción de Moisés: se le estaba comparando a Huwawa/Humbaba, el horrible guardián del bosque de cedros, una variación del dios solar cuyo rostro es tan brillante que debe ser cubierto por un “velo”; acto seguido encontramos a Huwawa/Yahvé exigiendo que sus sacrificios se hagan con cedro y que su casa sea de igual manera construida con madera de cedro.

El autor del documento S no solamente eliminó detalles que de manera específica rechaza por razones teológicas o políticas, sino que además eliminó los largos relatos contenidos en los textos J y E. No era su intención volver a contar las maravillosas historias de la gente; su intención era la de establecer la supremacía de Yahvé y sus agentes, el sacerdocio aarónico. No hace concesión alguna a los intereses específicos del pueblo, aludiendo a estos solo por encima y en párrafos en los que se tachan de tonterías paganas. En todo el texto de S solo es posible encontrar tres historias de extensión considerable que sean similares a las de JE: la creación, el diluvio y el pacto con Noé (excluyendo el sacrificio después del diluvio), y el pacto con Abraham (excluyendo también el cuasi sacrificio de Isaac). Además añadió una historia que no está presente en los documentos más antiguos: la de la muerte de Nadab y Abihu, los hijos de Aarón, que se presenta con la intención de inculcar en la gente la idea de que el sacrificio solo debe realizarse según la estricta indicación de dios, aun si es consumado por Levitas del linaje sacerdotal: ¡se aseguró de cubrir todas las bases! El reiterado énfasis que se pone sobre este asunto en particular nos dice que estaba tratando de cambiar una situación que había existido por largo tiempo: que cualquiera podía entrar en la Tienda de la Asamblea. Ahora en cambio, con una falsa arca de la alianza en su interior, solo los sacerdotes podían ingresar. De esa manera solo ellos podían ver que lo que había era un arca substituta: Bastante ingenioso, ¿no es así? El autor del texto S parece extraordinariamente preocupado con el Sinaí y la entrega de las leyes, ya que casi la mitad de Éxodo y Números, así como la casi totalidad del Levítico, se ocupan en presentar la Ley Levítica.

Hay otra historia más que presenta el autor de S y que no tiene paralelo alguno en los textos más antiguos, y se piensa que se trata de una invención: la historia de la cueva de Machpelah. Ella nos presenta una extensa descripción de las negociaciones entre Abraham y un hitita en relación a una porción de terreno que contenía una cueva y que Abraham compra como sitio funerario para su familia. ¿Porqué habría la fuente S, que por otro lado excluye gran cantidad de hechos curiosos e historias entretenidas, de desviar la atención hacia este mundano asunto de negocios? Friedman piensa que es para establecer un derecho legal de reclamo sobre la propiedad de Hebrón, una ciudad del sacerdocio aarónico, pero si ese fuera el caso, podría haberlo hecho de muchas otras maneras diferentes. Mi impresión es que quizás no se trata de una invención. Puesto que se trataba de una ciudad aarónica, quizás había alguna tradición relacionada con ella que solo ahora se deseaba incorporar a la “historia”. Y quizás la tradición de Abraham presentado como un “Gran Príncipe” de los Hititas no era una cortina de humo puesto que está claro que, de manera indirecta, ella apunta en la dirección de Huwawa. Pero lo que considero aún más importante es el hecho de que desvía la atención lejos de algo que el autor del texto S no desea que nos detengamos a considerar.

De cualquier manera, ahora tenemos una buena idea de lo que estaba sucediendo en el reino del sur de Judea en la época de las reformas de Ezequías, luego de la caída del reino del norte. No sabemos si Ezequías apoyaba este plan a causa de alguna promesa de que él también se beneficiaría de los privilegios del sacerdocio, o si sencillamente estaba convencido de que contribuía a la consolidación de su poder y de sus ansias expansionistas. Cualesquiera que hayan sido las fuerzas motivadoras, vemos que Ezequías se estaba proyectando en el papel de una nuevo Omri-David con sus planes de rebelión en contra del imperio Asirio. Él levantó a las ciudades fenicias y filisteas en contra de Asiria, y consiguió asegurarse la alianza de Egipto.

El asirio Sennacherib lanzó una masiva respuesta militar y capturó la fortaleza Lachish en Judea, en lo que pareció prefigurar el episodio de la captura romana de Masada ochocientos años después. Las excavaciones en Lachish nos cuentan parte de la historia, mientras que el resto de la misma aparece relatada en el palacio de Niniveh, la capital del imperio asirio. Allí, plasmada sobre los muros, encontramos una de las pocas representaciones que se conocen de la apariencia que tenían los judíos en la época bíblica. Estos paneles ahora se encuentran en el Museo Británico, mientras que en el Museo de Israel hay moldes hechos a manera de copia a partir de los originales.

La historia relata que los asirios no pudieron someter a Judea. Cuando Sennacherib apareció en el horizonte, se dejó escuchar un llamado para que “los reyes de Egipto, arqueros, carruajes y caballería del rey Kush, un ejército incontable”, acudieran todos a luchar contra el ejército asirio. Bajo el mando de Shabaka Egipto tenía un enorme ejército posicionado en el Delta, aparentemente solo en espera de la señal de marchar. Al final tenemos evidencia contemporánea de esta campaña tanto en los registros asirios como en los relieves egipcios. Estos últimos son bastante generales, haciendo uso de la acostumbrada escena de “vapuleo de cabezas” acompañada por algún texto.

No hay duda de que esta batalla significó un serio revés para Sennacherib, ya a partir de entonces se retiró permanentemente del Levante. Sin embargo, la Biblia nos dice: “Y sucedió esa noche que un ángel de Yahweh liquidó a ciento ochenta mil soldados que se encontraban en el campamento de los asirios, y a la mañana siguiente los sobrevivientes solo encontraron cadáveres. Así Sennacherib se marchó de regreso a Niniveh”. El ejército egipcio, entonces, fue metamorfoseado en un “ángel de Yahvé”.

De cualquier manera, este fue el momento clave en la historia de Judea. A pesar de que Sennacherib había asolado todos los distritos periféricos, Jerusalén no había caído, y así fue como comenzó a convertirse en la “Ciudad Santa”. La población se incrementó debido a que, como es obvio, resultaba más conveniente estar cerca del lugar donde se preparaba la carne. Y el poder de los Levitas creció aún más.

EL PECADO DE MANASES: EXILIO EN BABILONIA

Luego de la muerte de Ezequías su hijo Manases ascendió al trono. Durante su reinado los asirios regresaron, y él no debe haber estado en muy buenos términos con ellos ya que fue exilado a Babilonia, donde gobernaba el hermano del rey asirio. No se sabe si a causa de que el pueblo lo exigió o porque los asirios lo presionaron, pero lo cierto es que el exilio de Manases terminó luego de que su hijo reinstituyera los cultos paganos, incluyendo la colocación de estatuas paganas en el templo, y el reestablecimiento de los lugares de sacrificio fuera de Jerusalén. Manases fue sucedido por su hijo Amon, que fue asesinado tan solo dos años después, para ser sucedido por su hijo Josías de apenas ocho años (al menos según una versión).

Josías contaba solo ocho años de edad cuando inició su reinado: reinó en Jerusalén por un total de treinta y un años, e hizo todo cuanto era correcto a los ojos del SEÑOR: siguió los pasos de David, su ancestro, y no se inclinó ni hacia la derecha ni hacia la izquierda. Porque en el octavo año de su reinado, mientras aún era muy joven, comenzó a buscar al Dios de su ancestro David, y en el doceavo año comenzó a purgar a Judea y Jerusalén de toda imagen tallada o vaciada en moldes, desde los santuarios de adoración hasta los huertos mismos. [...]

En el decimoctavo año de su reinado, cuando ya había purgado todo el reino, incluyendo el templo, envió a Shafán, hijo de Azalia, a Masías, gobernador de la ciudad, y a Joah, hijo de Joahaz el archivador, a reparar la casa del SEÑOR su Dios. [...] cuando sacaban el dinero que había sido llevado al templo del SEÑOR, el sumo sacerdote Hilcías encontró el libro de la ley que el Señor le había dado a Moisés. Entonces Hilcías le dijo a Shafán, el escriba: “he encontrado el libro de la ley en la casa del SEÑOR”, y se lo entregó.

Shafán le llevó el libro al rey, y le dijo: “Los servidores de Su Majestad están haciendo todo cuanto se les ha encomendado. Han reunido el dinero que se encontró en la casa del SEÑOR, y lo han entregado a manos de los encargados de la obra y de los trabajadores”. Luego Shafán, el escriba, le contó al rey que el sacerdote Hilcías le había entregado un libro, y comenzó a leer de este enfrente del rey. Cuando el rey hubo escuchado las palabras de la ley, se rasgó las vestiduras. [...]

Hilcías, y aquellos que el rey designara, fueron todos a ver a Huldá la profetisa, esposa de Shalum, el hijo de Tikvath y nieto de Hasrah, encargado del guardarropa del templo. Huldá vivía en el segundo barrio de Jerusalén, y cuando le hablaron, ella contestó: “Esta es la respuesta del Señor, Dios de Israel: ‘Decid al hombre que os ha enviado, que esto ha dicho el Señor: Acarrearé el infortunio sobre este lugar, y sobre todos los habitantes del mismo, conforme a todas las maldiciones que están escritas en el libro que habéis leído en presencia del rey de Judea’. [...]

Y Josías suprimió las abominables prácticas que había en todos los territorios de los israelitas, e hizo que todos los que se encontraban en Israel rindieran culto al SEÑOR su Dios. Y mientras él vivió, ya no se apartaron más del SEÑOR, el Dios de sus padres. [iii]

Alguien había creado un documento llamado El Código de la Ley que era diferente de las leyes que aparecían en la fuente S, y súbitamente ese código había sido “descubierto” y oficialmente designado como la Torah. Acto seguido, sería incorporado a una nueva versión de la historia oficial.

Como se desprende del relato anterior, en el decimoctavo año de su reinado, es decir en el 622 AC, Josías recibió mensaje de su escriba Shafán de que el sacerdote Hilcías había encontrado “un pergamino de la torah” en el Templo de Yahvé. Cuando Shafán leyó el texto de ese libro que Hilcías había encontrado en presencia del rey, éste último se rasgó las vestiduras (señal de angustia), y consultó a la profetiza acerca de su significado. Luego de la consulta, el rey realizó una gran ceremonia nacional de renovación del pacto entre Dios y su pueblo. El libro que el sacerdote Hilcías decía haber encontrado en el Templo en 622 AC, es el Deuteronomio.

Así es como Josías instituye una nueva “purga de Judea” y refuerza la centralización de la religión siguiendo los pasos de Ezequías y anulando las prácticas más tolerantes de su padre y abuelo. Además de la destrucción de los ídolos, la purga del Templo y la destrucción de los otros lugares de adoración, Josías extendió su esfera de influencia hasta el antiguo reino de Israel en las tierras altas. Una vez más se requería de todo el mundo traer sus sacrificios hasta Jerusalén, y a los sacerdotes de las otras regiones se les asignó tareas menores en el Templo.

El hecho de que el imperio asirio se debilitaba y que durante esa época había tensiones entre este y Babilonia, probablemente le permitió a Josías salirse con la suya. El hecho es que Egipto se había cambiado de bando y ahora se encontraba en términos amistosos con Asiria: ambos tenían sus planes con respecto a Babilonia. Al igual que Ezequías, Josías tenía una posición decididamente adversa a Asiria, y por algún tiempo había sido su meta la de sacudirse de encima el yugo asirio. Anteriormente, cuando Egipto había pretendido conquistar Asiria, Judea se había aliado con Egipto, pero ahora Egipto estaba del lado de Asiria, y Babilonia estaba en contra de Asiria, por lo que Josías se tornó en un adversario de los egipcios que anteriormente habían ayudado a Ezequías, y fue a luchar en contra de ellos justo a los babilonios. Se enfrentó el ejército egipcio en Megiddo, y en forma no del todo inesperada, resultó muerto.

La temprana muerte de Josías significó el fin de la independencia política y de las reformas religiosas. Los santuarios de adoración fueron reconstruidos una vez más (!) y tres de sus hijos y un nieto le sucedieron para gobernar por un total de veintidós años. O cuando menos eso se cree. Si el lector pensó que la historia de la Biblia era un poco confusa en la época de Omri-Ahab, ahora está a punto de presenciar el más terrible embrollo en los anales de la crónica histórica como resultado de las múltiples artimañas y manipulaciones de la información perpetradas.

Según la cronología aceptada, el primero de los hijos de Josías en ascender al trono fue Jehoahaz, quien gobernó por solo tres meses hasta que el rey egipcio lo destronó y lo exilió en Egipto, colocando en su lugar a su hermano Johoiakim. Este gobernó como vasallo de Egipto y se las arregló para conservar su puesto por once años. En el ínterin, los babilonios habían finalmente subyugado a los asirios, y ahora ponían su mira en Egipto. Judea, en cierta manera, representaba un obstáculo, así que Johoiakim resultó muerto en batalla contra los babilonios.

El hijo de Johoiakim, Jehoiachin (sí, ya lo se, tanto “Jehoia” está volviendo el asunto muy tedioso, pero ruego aguantarme un poquito más), gobernó por tres meses hasta que fue capturado por los babilonios. Nabucodonosor lo exilió en Babilonia junto con miles de otros habitantes de Judea. En compañía suya Nabucodonosor envió a todos los que tenían alguna educación o profesión, o que se pensara que podrían causar problemas en Judea, o que podían resultar útiles en Babilonia.

Entonces Nabucodonosor puso en el trono a otro más de los hijos de Josías: Zedequías.

Zedequías se las agenció para fungir según lo esperado por espacio de once años antes de ser presa de ideas descabelladas y rebelarse en contra de Nabucodonosor. Y esa fue la gota que derramó el vaso: Nabucodonosor y el ejército babilónico retornaron con saña, destruyendo Jerusalén y exiliando al resto de la población. De manera brutal Nabucodonosor dio muerte a los hijos de Zedequías delante de sus propios ojos, y luego lo cegó. O cuando menos así reza la historia. Y así terminó el gobierno del linaje “davídico”. [iv]

Nabucodonosor se había cansado de tanto juego, así que nombró un gobernador judío, Gedalías, hijo de Ahikam, hijo de Shafán, el escriba que había reportado el hallazgo del papiro del Deuteronomio.

Ahora bien, como hemos señalado, Josías había sido pro-babilónico, al igual que la familia de Shafán. El mismo profeta Jeremías era pro-babilónico. Sin embargo, el tener como superior a un gobernador pro-babilónico proveniente de una familia de escribas, supuestamente enfureció de tal manera a la casa de David que dos meses después un miembro de dicha familia asesinó a Gedalías.

Aquello no fue una buena idea. El pueblo de Judea ya sabía que el mal carácter de “Nabu” era notorio, así que se dice que casi la totalidad de la población huyó hacia Egipto, si bien ese no fue exactamente el caso. Probablemente solo se trató de la familia y allegados del asesino. 

Pero antes de ser testigos de la destrucción de Jerusalén, examinemos más cuidadosamente esta nueva “torah” que fue presentada en el reinado de Josías.

El libro del Deuteronomio, el artículo en cuestión, se presenta como el discurso de despedida de Moisés antes de su muerte. Tiene como escenario de fondo las planicies de Moab. [v] Existe una relación especial entre la persona que escribió este texto y los siguientes seis libros de la Biblia. [vi] Se puede demostrar que esta serie de libros corresponde a un trabajo concienzudamente elaborado para contar una historia continua: la historia del pueblo y de su tierra. No fue el producto de un solo autor porque es evidente que contenía relatos escritos por otra mano (la historia de la corte de David y las historias de Samuel), pero está claro que el producto final fue obra de un solo editor.

Lo que sale a relucir a partir de un análisis textual es que el escritor hizo una selección de entre un grupo de historias que tenía a mano recortándolas o alargándolas según fuera necesario, así como agregando ocasionales comentarios de su propia cosecha. Todo ello resulta evidente a partir del análisis lingüístico, y el resultado es tan claro como lo sería un proceso de identificación de huellas dactilares: en este caso, y en forma algo irónica, nos referimos a dicho proceso como la identificación de las “huellas de Dios”. En efecto, este escritor creó la historia de Israel desde Moisés hasta la destrucción del reino de Judea a manos de los babilonios. Y está claro que tenía una agenda particular.

Para este hombre, el Deuteronomio era el libro por excelencia: la torah. Diseñó cada porción para servir de apoyo a esa idea. El Deuteronomio constituía el cimiento de toda la historia. Gracias a este autor, el libro de Josué retoma el hilo allí donde Deuteronomio termina. Josué desarrolla los temas del Deuteronomio e inclusive hace referencia a este. Muchos de los pasajes claves en Josué, Jueces, Samuel y Reyes, hacen uso de las mismas expresiones lingüísticas que están presentes en el Deuteronomio. Para los académicos resultó evidente que el autor del Deuteronomio fue el productor de los siguientes seis libros de la Biblia: la historia Deuteronímica.

Pero aquí encontramos una pequeña dificultad: el autor ocasionalmente se refiere a cosas como si existieran “hasta el momento presente”, cuando tales cosas en realidad solo existieron mientras duró el reino. Esto nos hace preguntar: ¿porqué alguien que escribía una crónica histórica en, digamos, el 560 AC, habría de referirse a algo como aún existiendo “hasta el momento presente” cuando el asunto en cuestión había dejado de existir en el 587?

En Reyes 8:8 hay una referencia a los postes que se utilizaban para levantar y acarrear el arca. Se declara que tales postes fueron colocados en el interior del Templo de Salomón el día de su dedicación y que “allí han estado hasta el momento presente”. ¡Porqué habría alguien de escribir estas palabras después de que el Templo fuera incendiado? Esto nos sugiere que se trata del mismo autor que creó la historia de que el Templo de Salomón se encontraba en Jerusalén y la aplicó a un templo que, casi con seguridad, fue construido durante el reinado de Ezequías, o incluso a un templo que había sido construido para otro dios pero del cual Ezequías se apropió para su labor de “reparación y purga” del templo. Aún más, ¿porqué habría de hablar el autor acerca de un Templo y contenidos del mismo como si existieran “hasta el momento presente”, cuando todo ello ya había sido destruido?

La solución obvia es que había dos ediciones de la historia Deuteronómica. La original fue obra de alguien que vivió durante el reinado del Rey Josías, y se trataba de un relato positivo y optimista de la historia del pueblo. Enfatizaba la importancia del pacto Davídico y se aseguraba de que todo el mundo pensara en el Templo como si fuera el Templo de Salomón. Este autor creía que el reino prosperaría bajo el gobierno de Josías y perduraría después de él. Pero luego de la muerte de Josías, de los desastrosos reinados de sus hijos, y de la caída del reino, esta versión original de la historia nacional no solamente estaba desactualizada sino que correspondía a una visión que, a la luz de los posteriores eventos trágicos, había demostrado ser tontamente romántica. Así que se había escrito una nueva versión de la historia después de la destrucción del 587.

Esta segunda edición era similar a la primera en cerca de un 95%. La principal diferencia consistía en la adición de los últimos capítulos de la historia –los dos últimos capítulos de 2 Reyes– que daban cuenta del reinado de los últimos cuatro reyes de Judea. La historia actualizada terminaba con la caída de Judea.

En la primera edición de la historia el editor se refiere a cosas que habían existido “hasta el momento presente” porque en la época de Josías realmente aún existían. El editor de la segunda edición no se molestó en eliminar estas referencias porque esa no era su principal preocupación. No estaba re-escribiendo la totalidad de la historia o buscando eliminar contradicciones: sencillamente estaba agregando el final de la historia, con un pequeño prefacio al comienzo de la misma.

Hay otro detalle interesante que nos sugiere que el autor del Deuteronomio vivió durante el reinado de Josías. Se ha señalado que la longitud del texto que tiene que ver con Josías no guarda proporción alguna ni con su importancia ni con sus logros. Otros reyes vivieron más y supuestamente tuvieron mayores logros. La reforma de Josías fue efímera. Además, los libros de Jeremías, Ezequiel, 2 Reyes y 2 Crónicas, sugieren todos que las innovaciones de Josías fueron descartadas después de su muerte. Entonces, ¿porqué tanto énfasis en un rey menor y relativamente poco exitoso?

 Tenemos ejemplos de textos similares en otras épocas y lugares: es obvio que Josías era el rey cuando la historia fue escrita, así que el autor se afana en adularlo y presentarlo como la culminación de un gran proceso, ya sea para ganarse su favor o con el fin de establecer un control.

Hay otra nota curiosa al respecto de todo esto. El libro de 1 Reyes, capítulo 13, cuenta la historia del rey Jeroboam. Él levantó los becerros de oro en Dan y Beth-El para celebrar un festival. Cuando se acercó al altar para quemar incienso, algo muy extraño tuvo lugar:

Cuando Jeroboam estaba quemando incienso sobre el altar, llegó a Beth-El un profeta del Señor enviado por Yahvé. Y por orden del Señor, se dirigió al altar diciendo: “Altar, altar, el Señor ha dicho: ‘De la casa de David nacerá un niño que tendrá por nombre Josías, y sobre ti sacrificará a los sacerdotes de los santuarios paganos que aquí queman incienso. Él quemará huesos humanos sobre ti’.”

El punto es que se supone que esta historia acerca de Jeroboam, tiene lugar trescientos años antes del nacimiento de Josías. Y el hecho es que en todo el resto de las narrativas bíblicas no existe otro caso de explícita predicción de eventos con tanta antelación y con mención directa de nombres. Además, un poco más adelante en el texto, el autor de los libros Deuteronómicos de Reyes y Crónicas hace referencia específica a esta historia. Él creó el cumplimiento de la profecía escribiendo un relato acerca de cómo Josías fue a Beth-El para destruir el santuario que se encontraba allí “desde los días de Jeroboam”. Para asegurarse de que el lector resultara lo suficientemente impresionado describe la forma en que Josías, encontrándose ya en Beth-El, observa la presencia de unas tumbas en la cercanía y de ellas extrae algunos huesos que luego quema sobre el altar para profanarlo, obrando “según las palabras de Yahvé”. Si ya a estas alturas no estamos suficientemente convencidos de los extraordinarios poderes de predicción de los profetas de Yahvé, el autor introduce un efecto dramático al describir cómo Josías luego divisa la tumba del profeta mismo que, supuestamente trescientos años antes, predijo cada una de estos actos específicos. Al descubrir la identidad del ocupante de la tumba, claro está, Josías advierte a todos que nunca osen perturbar el descanso de tan ilustre personaje.

En realidad no solo se trata de que tenemos la predicción del nacimiento de Josías al principio del relato y el cumplimiento de dicha profecía más adelante, sino que el autor además califica a cada uno de los reyes que gobernaron en el ínterin, tanto sobre Israel como sobre Judea, como inferior a Josías en cuanto a santidad y toda otra virtud digna de alabanza. Josías era, sencillamente, ¡el más pintado entre todos! A la mayoría de los reyes se les tacha de “malos”, y aun aquellos que reciben mejor trato siguen sin poder compararse con Josías. Hasta el gran y heroico Rey David es criticado por su adulterio con Betsabé. En otras palabras, el autor de la historia Deuteronómica entroniza a Josías, y solamente Josías, como el modelo sin par de toda virtud monárquica. No obstante esto, la historia demuestra que Josías hizo poca cosa más que tomar decisiones políticas bastante desacertadas y que, a fin de cuentas, le acarrearon la muerte. Quienquiera que escribió esta historia lo hizo en el comienzo de lo que se esperaba sería una gloriosa dinastía puntualizada por una religión centralizada e inaugurada por Josías, y es obvio que el autor vio su propio lugar dentro de esa dinastía como altamente significativo.

Y es así como arribamos a la idea de que la persona responsable por la autoría de siete de los libros de la Biblia debió estar estrechamente ligada al reinado de Josías. Este individuo diseñó su historia de los judíos de forma tal que culminara con Josías, quien efectivamente fue comparado con el mismo Moisés. A lo lago de todo el texto de la Biblia solo se aplica la expresión “no hubo ningún otro que se le comparara” a dos personajes: Moisés y Josías. Las palabras finales del Deuteronomio son “nunca más hubo en Israel otro profeta como Moisés”, mientras que el comentario final acerca de Josías fue “y no hubo ningún otro que se le comparara”.

He aquí otro hecho curioso: solamente se menciona el libro de la torah en el Deuteronomio y en Josué, y en ninguna otra parte de la Biblia hebrea excepto en una historia: la de Josías. Se supone que Moisés la escribe y la entrega a los sacerdotes para que estos la coloquen junto al arca, y a partir de allí deja de tener protagonismo alguno hasta que el sacerdote Hilcías la descubre.

El autor de la historia Deuteronómica describe a Josías como la culminación de Moisés: todo cuanto hizo estuvo inspirado en el patrón establecido por Moisés; el pacto de Moisés habría de ser llevado a cabo con Josías. Y luego: una abrupta parada, como anotara Friedman. La historia retoma el hilo luego de la muerte de Josías y con un punto de vista radicalmente diferente. [vii]

También podemos notar que el punto más importante de la agenda del autor es la centralización de la religión. Todos los reyes que son tildados de “malos” son aquellos que restauraron los “santuarios de adoración” en los cuales se podían realizar sacrificios localmente. El criterio que consistentemente se aplica para la evaluación de cada uno de los reyes es su posición con relación a la centralización de la religión. Pero luego de Josías, este criterio no aparece más, lo cual nos sugiere que en la época de Josías la religión ya no estaba centralizada, pero que durante el exilio en Babilonia (o hacia el final del mismo), cuando se hizo la compilación de la Biblia, el asunto ya no tenía más importancia porque se trataba de un fait accompli; consumado, debiera yo agregar, por obra de los persas.

El Rey David también figura de manera prominente en los libros Deuteronómicos. La mitad del libro de 1 Samuel, la totalidad de 2 Samuel y los primeros capítulos de 1 Reyes, versan sobre la vida de este. El escritor afirma de manera explícita que, gracias a los méritos de David, ni siquiera un mal rey de Judea puede perder el trono siempre que sea un descendiente suyo. Además compara a Josías con David. El nombre de David aparece cerca de quinientas veces en toda la historia Deuteronómica, pero luego, súbitamente deja de mencionarse. El texto deja de referirse al pacto Davídico, y ya nadie vuelve a ser comparado con David, ni tampoco se explica como fue que ni siquiera dicho pacto pudiera evitar la caída del trono. Además, ya hemos visto que la “Casa de David” era la dinastía omrita, y esta resultó por completo destruida por los asirios cuando masacraron a los hijos de Ahab. Entonces, ¿qué es lo que transpira todo esto?

Alguien creó el libro del Deuteronomio y los siguientes seis libros de la Biblia como una obra continua. La edición original contaba la historia desde Moisés hasta Josías. Uno de los aspectos fundamentales de la obra lo constituía el “código de la ley”. Este código abarca la mitad del Deuteronomio, desde el capítulo 12 hasta el 26. Y la primera ley es la de la centralización del culto. La segunda ley es la que indica que el rey debe ser escogido por Yahvé, lo que por supuesto significa que un rey solo podrá reinar en virtud de la aprobación de parte de los sacerdotes. Las siguientes leyes incluyen prohibiciones en contra de las religiones paganas y los falsos profetas, las reglas que gobiernan la caridad, la justicia, la familia, los asuntos comunitarios, los días festivos, la dieta alimenticia, la guerra, el manejo de los esclavos, la agricultura y la magia. De manera muy especial hay repetida referencia a mantener el bienestar de los levitas: todos los levitas, y no solo los de la familia aarónica.

Así que resulta claro que el autor de esta serie de libros no era meramente un escriba, o algún miembro de la corte que buscaba ganarse el favor de Josías. Era alguien que estaba proscribiendo el poder de los reyes y lo estaba entregando, de manera firme y sin ambages, a manos de los levitas: incluyendo el poder de llamar a las tribus a la batalla.

El hecho de que el autor del Deuteronomio favorece a los levitas en general, sin hacer mención específica a Aarón, indica que era alguien que pertenecía al linaje del sacerdocio de Shiloh del Reino del Norte que había sido indoctrinado en la religión de Yahvé. Tampoco hay dentro del Deuteronomio mención alguna al arca, a los querubines, o a cualquier otro implemento religioso guardado en el Templo de Jerusalén. De igual manera, no hay referencia alguna al oficio del Alto Sacerdote, que era un oficio del sacerdocio aarónico.

El código de la ley no refleja los puntos de vista de los sacerdotes de Beth-El durante los doscientos años que transcurrieron entre Jeroboam y la caída de Israel en el 722. Dichos sacerdotes no eran levitas, y el Deuteronomio solamente favorece a los levitas: estos eran los únicos sacerdotes legítimos.

La conclusión es que el autor de la historia Deuteronómica es una persona que deseaba centralizar la religión, pero sin que ella estuviera ligada al arca o al sacerdocio de Jerusalén. Sí, se favorecía los levitas en general, pero se enfatizaba la importancia de un grupo central muy específico: el de los levitas que descendían de Moisés. El escritor aceptaba la necesidad del rey, pero busca asegurarse de que este sea controlado por el grupo central de los levitas Mushitas. Y por sobre todo, este individuo deseaba establecer y mantener un control sobre todas las acciones militares: deseaba el poder de hacer la guerra.

Bien, como hemos apuntado, todo comenzó con Moisés y su “escritura de la torah”, seguido de la triunfal recuperación del manuscrito, descubierto por el sacerdote Hilcías, quien luego lee a Josías, y este (probablemente creyéndose hasta la última palabra) es quien se encarga de implementar todo el asunto.

¿Porqué piensan los expertos que se trata de un sacerdote de Shiloh? Porque todo el texto minimiza la importancia de los sacerdotes aarónicos, haciendo mención de Aarón únicamente en dos ocasiones: una para señalar que había muerto, y otra para afirmar que Dios estaba tan enojado con él a causa del episodio del becerro de oro que estaba resuelto a destruirlo.

Por otro lado, la historia presenta la figura de Salomón bajo una luz bastante desfavorable, endosándole toda suerte de malos hábitos y haciendo hincapié en su mal final. Luego tenemos a Josías que, por supuesto, destruye todas las pecaminosas obras de Salomón, especialmente los santuarios de adoración. Incluso especifica que todo esto que Josías se afanaba en destruir había sido construido por Salomón. Los sacerdotes de Shiloh tenían una cuenta que saldar porque tres siglos atrás, según reza la tradición, Salomón –o un facsímile suyo lo suficientemente aproximado– los había dejado sin poder ni autoridad para luego instituir el sacerdocio aarónico. Eso, cuando menos, es lo que se afirma, pero ya sabemos quienes fueron los que realmente pusieron a los Sacerdotes de Shiloh en la calle: Ahab y Jezabel.

Ahora bien, recordemos que Hilcías fue el sacerdote que descubrió los pergaminos que Shafán, el escriba, que luego fue a entregar al Rey Josías. Pues sucede que más adelante luego de la caída de Jerusalén y el exilio hacia Babilonia, cuando Jeremías escribió una carta a los exiliados, fueron Gemariah, hijo de Hilcías, y Elasah, hijo de Shafán, quienes se encargaron personalmente de entregarla en su nombre. [viii]

¡Válgame el cielo!; esta trama se vuelve cada vez más intrincada. Pero no se muevan de sus asientos, que aún se pone mejor.

Jeremías estaba estrechamente relacionado con los consejeros de Josías que estaban involucrados en el asunto del “libro de la torah”. Gemariah y Ahikam, hijos de Shafán, siempre estuvieron hombro a hombro con Jeremías en momentos muy críticos; en una ocasión incluso lo salvaron de ser lapidado. Es Gedalías, hijo de Ahikam, quien fue designado como gobernador de Judea por Nabucodonosor, así que se podría decir que Jeremías estaba asociado con el partido pro-babilónico y quizás él mismo fue quien mal aconsejó a Josías para que se aliara con Babilonia en contra de Egipto y Asiria: un clavo más en la tapa del ataúd de la inspiración divina y superior conocimiento de los sacerdotes de Yahvé. Parece ser que cada vez que se atendía a sus consejos, todo ello resulta en muerte y destrucción para Israel. ¿Cómo es que nadie notó un patrón…?

Además de esto, Jeremías es el único profeta en la Biblia que se refiere a Shiloh utilizando la expresión “el lugar que Yo (Dios) he convertido en morada para mi nombre”. Se trataba, en esencia, del centro de toda adoración.

Como ya hemos mencionado anteriormente, Salomón-Ahab no simpatizaba demasiado con los sacerdotes de Shiloh. Abiathar, el líder de estos, había sido uno de los dos sacerdotes principales de Omri-David. Ellos fueron expulsados de Jerusalén por Salomón y desterrados a su propiedad familiar en el pueblo de Anatoth. Este era un pueblo de sacerdotes aarónicos y ahí se suponía que Abiathar podía ser mantenido en arresto domiciliario.

Entonces, ¿cómo unimos los hilos de la trama? Los primeros versos del libro de Jeremías dicen: “Las palabras de Jeremías, hijo de Hilcías, que formaba parte de los sacerdotes que provenían de Anatoth”. Ahora sabemos, además, cómo fue “descubierta” esta “torah” de manera tan conveniente y justo en el momento adecuado. Sencillamente fue creada para ese propósito, y sabemos también quién fue su autor.

Jeremías era un sacerdote que nunca realizaba sacrificios, lo cual es consistente con la posición de los sacerdotes de Shiloh. También es el único sacerdote que alude a la historia de la serpiente de bronce de Moisés. [ix] Esta historia proviene de la fuente E, la fuente de Shiloh. El Rey Ezequías había roto dicha serpiente en pedazos, y la sola destrucción de una antigua reliquia asociada con Moisés ya de por sí resulta sorprendente, pero el hecho es que estaba poderosamente ligada a los sacerdotes de Shiloh. Ellos eran quienes contaban la historia de la serpiente, y quienes tenían a Moisés en más alta estima que nadie más. Es muy probable, además, que ellos mismos fueran descendientes de Moisés, quienquiera que este haya sido en realidad. El vocablo hebreo para referirse a la serpiente de bronce era “Nehushtan”. Josías dio a su hijo en matrimonio a una mujer llamada Nehushta [x] .

En este momento es preciso que preguntemos: si el documento en cuestión fue escrito por los sacerdotes del Reino del Norte, ¿cómo es que terminó en el Templo de Judea, cuando sabemos que los sacerdotes aarónicos tenían allí las cosas bajo en férreo control? ¿Cómo es que se convertiría en la ley del país?

Aquí encontramos un detalle bastante extraño, al cual ya he hecho referencia anteriormente en términos de las confusas genealogías con las que estamos lidiando. En 1 Crónicas 3:15,16 leemos:

Los hijos de Josías fueron Johanan, el primogénito, Jehoiakim el segundo, Zedequías el tercero, y Shalum el cuarto. Y los hijos de Jehoiakim fueron Jeconías y Zedequías.

Esto significa que había dos Zedequías. Sea como sea, no perdamos de vista al cuarto hijo de Josías, “Shalum”.

En 2 Reyes 23 se relata la muerte de Josías. Los versos 30 y 31 dicen:

Sus sirvientes pusieron su cadáver en un carruaje y lo llevaron desde Megiddo hasta Jerusalén, donde lo enterraron en su sepulcro. La gente del pueblo tomó entonces a Jehoahaz, el hijo de Josías, y lo ungió como rey para que ocupara el lugar de su padre. Jehoahaz contaba con veintitrés años de edad cuando inició su reinado, y reinó en Jerusalén por tres meses. El nombre de su madre era Hamutal, hija de Jeremías de Libnah.

En este punto el único problema es que en el pasaje de 1 Crónicas que citamos más arriba se listan los hijos de Josías y ninguno de ellos se llama Jehoahaz. Pero notamos que se menciona que la madre del nuevo rey es hija de alguien llamado Jeremías que es originario del pueblo de Libnah. Esto significa que el nuevo rey era nieto de ese Jeremías, y que el fallecido Josías era su yerno. En otras palabras, Hamutal era la esposa de Josías.

Seguidamente, en el libro de Jeremías capítulo 1:3 leemos lo siguiente:

También la escuchó [la palabra de Dios] en los días de Jehoiakim, el hijo de Josías, rey de Judea, hacia el final del onceavo año de Zedequías, también hijo de Josías, durante el quinto mes de aquel año cuando los habitantes de Jerusalén fueron llevados al destierro.

Está claro entonces que Zedequías, el hijo de Josías y Hamutal, es el tipo que es llevado cautivo hacia Babilonia. En el capítulo 52, versículo 1, se nos dice:

Zedequías tenía tan solo veintitrés años cuando comenzó su reinado, y reinó en Jerusalén por espacio de once años. El nombre de su madre era Hamutal, la hija de Jeremías de Libnah.

Recordemos cómo se supone que discurría esta cronología: Jehoahaz, el primer hijo de Josías tenía veintitrés años cuando ascendió al trono y gobernó por tres meses hasta que el rey egipcio lo depuso, enviándolo hacia Egipto y colocando a su hermano en su lugar. Este hermano era Jehoiakim, que gobernó como vasallo egipcio por once años hasta que murió en batalla contra los babilonios.

El hijo de Jehoiakim, Jehoiachin, gobernó por tres meses pero fue capturado por los babilonios y exiliado junto con todo aquel que tenía alguna posición de importancia. En 2 Crónicas la Biblia dice:

Jehoiachin tenía ocho años de edad cuando comenzó su reinado, y gobernó en Jerusalén por tres meses y diez días: hizo cosas que resultaron malas a los ojos del Señor.

Me resulta difícil imaginar qué cosas tan malas pudo haber hecho un niño de tan solo ocho años en el corto espacio de tres meses, pero todo esto queda directamente contradicho en 2 Reyes, donde leemos:

Jehoiachin tenía dieciocho años de edad cuando comenzó su reinado, y reinó en Jerusalén por espacio de tres meses. El nombre de su madre era Nehushta, la hija de Elnathan de Jerusalén. Y sus actos fueron malos a los ojos del Señor, al igual que lo habían sido los de su padre [...] Entonces Jehoiachin, rey de Judea, se rindió ante el rey de Babilonia junto con su madre, sus sirvientes, sus príncipes y sus oficiales; y el rey de Babilonia los hizo prisioneros. Todo esto sucedió en el octavo año de su reinado. [xi]

En este punto es cuando el misterioso Zedequías asciende al trono. Es el hijo de veintiún años de Josías que reinó por once años antes de ser depuesto por los babilonios.

Aparte del hecho por demás interesante de que tenemos aquí una especie de duplicado en términos de las longitudes de los reinados, también está el hecho completamente extraño de que en ambos juegos de relatos el reinado de tres meses termina cuando el rey es llevado como rehén: Johoahaz hacia Egipto, y Jehoiachin hacia Babilonia. No solo eso, sino que además el reinado de once años de Jehoiakim termina cuando muere en una batalla contra los babilonios y, por otro lado, los hijos de Zedequías son asesinados mientras que a él le sacan los ojos y lo llevan encadenado a Babilonia.

Todo esto ya es lo suficientemente confuso, pero además notamos que después de que Jehoahaz es llevado a Egipto, el Faraón Necao supuestamente pone a su hermano en el trono. Aquí tenemos de nuevo un duplicado de relatos, solo que este tiene un giro diferente. En el segundo libro de Reyes, capítulo 24, versículo 17, se dice:

Y el rey de Babilonia nombró a Matanías, tío de Jehoiachin, como rey en lugar de este último, y cambió su nombre a Zedequías.

Pero el segundo libro de Crónicas nos dice en capítulo 36, versículo 10:

En la primavera de aquel año, el Rey Nabucodonosor mandó que lo llevaran a Babilonia (a Jehoachin), junto con las preciosas vasijas de la casa del Señor, y nombró a un hermano, Zedequías, rey de Judea y Jerusalén.

Esto significa que ya hemos usado a tres de los cuatro hijos de Josías, y si la Biblia puede ser tan específica como para nombrar a un tío en una instancia y a un hermano en otra, no creo que el argumento de que en este caso “un hermano” podría significar tan solo “un pariente” tenga validez. Además solo uno de los nombres de estos hermanos es el mismo que se ha dado en la genealogía, donde aparecen Johanan, Jehoiakim, Zedequías y Shalum, en contraposición con Jehoahaz, Jehoiakim y Matanías. También sabemos que Jehoiachin es el único entre este pequeño grupo de reyes de la época cuya existencia ha sido confirmada por evidencia externa. Dentro del cuerpo de documentos administrativos encontrados en las excavaciones de Babilonia hay algunos que datan del reinado de Nabucodonosor. Un documento incompleto menciona el suministro de raciones a Jehoiachin, específicamente referido como rey de Judea, y a sus hijos. Este mismo documento babilónico también menciona ciertas provisiones para Ashkelon, rey filisteo, al igual que para otros reyes más. Un segundo documento, también incompleto, menciona cómo los reyes de Gaza y Ashdod realizaron ciertas diligencias para Nabucodonosor.

Entonces, ¿quién demonios es Shalum?

Bueno, primero que todo debemos recordar que más atrás en este mismo capítulo presentamos la historia del hallazgo del libro de Deuteronomio en el templo por pare del sacerdote Hicías, en apariencia el padre de Jeremías. El libro fue entregado a Shafán, el escriba real, y a quien después el rey le ordenó enviar a Hilcías donde una profetisa (!)

Hilcías, y aquellos más que el rey designó, fueron todos a ver a Huldá la profetisa, esposa de Shalum el hijo de Tikvath y nieto de Hasrah, encargado del guardarropa del templo. Huldá vivía en el segundo barrio de Jerusalén [...]

Así que aquí encontramos una posible y curiosa conexión, aún si la genealogía que se da del individuo es diferente de la del Shalum que nos ocupa en este momento.

En Jeremías, capítulo 32, el Rey Zedequías, último de los hijos de Josías en reinar y supuesto hermano de Shalum, ha encerrado a Jeremías en prisión porque este había dicho que los babilonios iban a tomar Judea y hacer prisionero al rey. Jeremías no deja de hablar de esa calamitosa situación y nos cuenta acerca de una transacción de negocios que recibió instrucciones de realizar.

El Señor me habló y me dijo: “Has de saber que tu primo Hanameel, el hijo de tu tío Shalum, va a venir a proponerte que le compres una propiedad suya en Anatoth, pues tuyo es el derecho de adquirirla.” Y tal y como me dijo el Señor, Hanameel, el hijo de mi tío, vino a verme en el patio de la guardia diciendo: “Te ruego que compres mi propiedad de Anatoth, en territorio de la tribu de Benjamín, porque el derecho de adquirirla es tuyo”. Entonces, como tales habían sido las palabras del Señor, compré el terreno de Anatoth que pertenecía al hijo de mi tío Hanameel...

Esto nos sugiere que el Shalum en cuestión ha muerto, su hijo ha heredado, y Jeremías es el pariente más cercano de éste, lo cual le da derecho de prioridad para la adquisición del terreno que el hijo de Shalum está interesado en vender. Por supuesto que si Zedequías fuera en verdad el hijo de Josías y hermano del Shalum en cuestión, él es quien tendría la primera opción de compra. Es obvio entonces que, o bien tenemos dos Shalum, o solamente uno.

De nuevo hay que preguntar ¿quién es este Shalum que se lista como “hijo de Josías? ¿Se trata del mismo Shalum que se indica es tío de Jeremías? Y ¿quién es el Jeremías que es el padre de la esposa de Josías, y por tanto abuelo de Zedequías? Bueno, no podemos estar seguros, pero mi opinión personal es que la genealogía ha sido duplicada en más de una ocasión y es probable que se haya insertado a algunas personas que bien podrían no haber existido del todo durante ese momento particular. Pienso que solamente había un Shalum, y que su nombre fue agregado a la lista de los hijos de Josías con la intención de justificar un reclamo o establecer una conexión que en realidad no existía.

Entonces, aun si no hay manera de determinar las relaciones específicas o incluso las épocas históricas precisas, o la manera en que todos estos nombres fueron manipulados e insertados dentro de una cronología que, o bien es completamente falsa, o deliberadamente se ha tornado tan confusa como para hacer que todo intento por desenmarañarla sea inútil, siempre nos quedamos con la fuerte impresión de que Jeremías, autor de cuando menos siete de los libros de la Biblia, tenía una agenda muy específica que cumplir a través de toda su prestidigitación de la supuesta “historia de Israel”: él debió haber pertenecido a la linaje davídico, cualquiera que sea el significado de ello, y de alguna manera también debió haber estado estrechamente conectado con el linaje de los sacerdotes aarónicos. No nos es posible determinar con certeza cuál puede haber sido su parentesco específico, pero podría haber sido un primo del rey Zedequías, o quizás el suegro de Josías. De cualquier manera, ello habría explicado su presencia dentro del entorno de la familia real.

Retornando al contenido mismo del Deuteronomio, el resultado final del análisis de los documentos nos dice que las fuentes D y E son complementarias una de la otra. Ambas se refieren a la montaña de Moisés como el Horeb, mientras que J y S la llaman el Sinaí. Las tradiciones que D y E representan tienen a Moisés como una luminaria sin parangón, como un hito en la historia. Su vida y obras se detallan de manera tan cuidadosa que no existe nada comparable en las fuentes J y S. Los libros deuteronómicos también hacen sobrado énfasis en los profetas. La palabra “profeta” solamente aparece una vez en S y ni una sola en J. El historiador deuteronómico también demuestra gran estima hacia los Levitas. En J, sin embargo, los Levitas son dispersados por haber masacrado al pueblo de Shechem. En S hay una clara separación entre Levitas y sacerdotes aarónicos, con los primeros en posición inferior respecto de los segundos. Y finalmente, tanto D como E ven en Aarón a un tipo malvado, y no escatiman repetidas referencias al episodio del becerro de oro y a la afección leprosa de Miriam, cosas que no aparecen mencionadas en J o S.

Si echamos un vistazo más a fondo a esta historia, encontraremos algo curioso: los pasajes que mencionan el pacto davídico se dividen en dos categorías: la condicional y la incondicional. En el primer caso, la presencia de un representante del linaje davídico en el trono está condicionada a la obediencia del pueblo. En caso de destrucción de Israel, el pacto Davídico tan solo hace mención a “mantener el trono”. ¿Porqué será? Obviamente porque el escritor tenía que reeditar su trabajo. Él había contado la historia de cómo la casa de David había comenzado a gobernar el reino unificado de Israel terminando por perder todo excepto su propia tribu de Judea, que les pertenecería por siempre. Luego se vio obligado a lidiar con la muerte de Zedequías y el exilio en Babilonia.

Algunos han llamado a esto un “fraude piadoso”; otros en cambio han sugerido que él inventó todo el asunto del pacto Davídico. En realidad parece ser que el escritor estaba escribiendo acerca de lo que la gente de esta tribu creía. La tradición del pacto Davídico aparece en algunos de los salmos que fueron compuestos antes de que el Deuteronomista escribiera su historia. Así que no estaba del todo inventando la historia, ya que de haber sido así, ¿quién le hubiera creído? Nadie. Él debió echar mano de las “historias” aceptadas por la gente que tenía a su alrededor, y ésta era una de ellas. Así que meramente tomó la historia que conocía y que provenía del reino del norte y la transfirió al escenario del reino del sur, haciendo como si perteneciera a aquellos a los que no les pertenecía. De esta manera podía escribir en la primera parte del libro la profecía que convertiría a Josías en una especie de Mesías, y luego solo debía trabajar con Josías para asegurarse de que todo se volviera realidad.

El historiador deuteronómico basó tanto su interpretación de las tradiciones como las adiciones introducidas a su trabajo, en cuatro cosas: la fe en Yahvé, el pacto Davídico, la centralización de la religión en el Templo de Jerusalén, y la torah, que asumió la forma del Deuteronomio. Su interpretación de lo que pasó fue sencillamente que el reino se dividió porque Salomón había abandonado a Yahvé y a la torah. Los descendientes de David retuvieron Jerusalén porque tenían un pacto incondicional. El reino del norte cayó porque ni la gente ni sus reyes siguieron los mandatos de la torah. Y ahora, en el momento de la escritura del documento, todo iba a caminar bien porque la torah había sido redescubierta y Josías, el descendiente de David, ¡iba a enderezar todo lo que estaba torcido!

Pero Josías se atravesó en el camino de una flecha egipcia y el juego se acabó.

Entonces, veintidós años después de escrita la historia, todo parecía triste y sin sentido. El gran “reino eterno” había acabado de manera ignominiosa. La familia que nunca sería “separada del trono” no solamente había sido separada, sino que además había virtualmente dejado de existir. El gran lugar que Yahvé había “convertido en morada para su nombre” se encontraba en cenizas, y todas las cosas que se había afirmado existían “hasta el momento presente”, ya no existían.

Entonces alguien debía revisar cada detalle del trabajo para introducir todos los cambios que explicaran el embrollo en el que todo había desembocado. No podía sencillamente agregar unas cuantas líneas que describieran los eventos posteriores: tenía que salvar el trasero de Yahvé y ofrecer una explicación de porqué el sueño de los seguidores de este había fracasado (cosa que además  hacía de Yahvé una especie de tonto). Y la evidencia demuestra que eso es justamente lo que se hizo: muestra rupturas gramaticales que se manifiestan, por ejemplo, en cambios de singular a plural, o en la introducción de términos y temas especiales, o cambios en la sintaxis y la estructura literaria, todo con la finalidad de explicar todo cuanto había sucedido en términos de una ruptura del pacto. De esa manera Yahvé, por sobre todo, siempre aparecería como el único y poderoso dios. Y si todo el planeamiento previo que se atribuía al mismo Yahvé se había desplomado como un castillo de naipes, pues ni modo, ahora el asunto era salvar la reputación de Yahvé. Era un trabajo sucio, pero alguien tenía que hacerlo.

Una de las cosas más sorprendentes fue la manera en que Jeremías lidió con el asunto de la muerte del “escogido”, Josías, a manos de los egipcios. Lo que insertó dentro del texto fue una “profecía” de Yahvé expresada por boca del rey egipcio e ignorada por Josías, cosa que a la postre le acarreó la muerte.

Pero Necao [el Faraón] envió embajadores [a Josías] a decirle: “¿Acaso tengo alguna disputa contigo, rey de Judea? No es en contra tuya que he venido, sino en contra de otra nación con la cual estoy en guerra; y Dios me ha ordenado que me de prisa. Deja de oponerte a los designios de Dios, que está de mi lado, o de lo contrario Él te destruirá.” Pero Josías no retrocedió y más bien se disfrazó para poder luchar contra Necao. Desoyó las palabras de este, que provenían de la boca de Dios, y se le enfrentó en el valle del Megiddo. [xii]

Aparte del hecho de que la historia del rey que se disfraza para ir a la batalla pertenece a Ahab, como se relata en el capítulo 18 de 2 Crónicas, parece ser que el autor no rescribió toda la historia sino que se limitó a intercalar algunos párrafos a la edición “posterior a la muerte de Josías”. Por ejemplo, agregó los pasajes que predicen el exilio, y resulta bastante notoria la manera en que las “profecías” crean una ruptura en el contexto y evidencian un cambio en la gramática.

Por último, y para dar el toque final al asunto, el escritor añadió la razón del exilio: la gente había vuelto sus ojos hacia otros dioses. En este punto solamente tenía que enfatizar lo que ya estaba escrito en el Deuteronomio, que el primer mandamiento era la adoración de Yahvé y solo Yahvé, con exclusión de cualquiera otro. Así que el exiliado autor de esta nueva edición agregó diez referencia más al mandato en contra de la apostasía y ligó cada una de ellas a sendas referencias al exilio que sobrevendría en caso de que no se obedeciera dicho mandato.

Luego agregó cierto detalle a la última profecía de Dios que Moisés iba a escuchar. Dios le dice a Moisés:

“Ya pronto vas a morir y este pueblo se va a corromper con los dioses extranjeros de la tierra a la que será llevado, y me abandonarán rompiendo el pacto que sellé con ellos. Y ese día mi ira se encenderá en contra de ellos: yo los abandonaré y esconderé mi rostro fuera de su vista; ellos serán devorados, y muchos serán los males y las tribulaciones que les agobiarán...” [xiii]

El deuteronomista tenía que encontrar un asidero plausible para el sentimiento de culpa, y al análisis textual también revela la forma en que se ocupó de esto. Era obvio que no podía culpar a Josías, después de todas las alabanzas que había apilado sobre su cabeza y a pesar del hecho de que, a la luz de los eventos de su vida, Josías no resultaba ser, ni con mucho, un héroe demasiado convincente. Así que relató los pormenores de esta vida tontamente malgastada de forma tal que no contradijeran su posición de héroe. Era preciso encontrar una razón que explicara la muerte, la destrucción y el exilio, sin que Josías perdiera la posición exaltada que se le había dado, y la única manera de hacerlo era convertir toda su vida en un intento grandioso y noble –pero a fin de cuentas inútil– por enderezar el más terrible de todos los males. Pero a pesar de lo grandioso que pudiera haber sido el esfuerzo de Josías, no alcanzó para contrarrestar el ímprobo mal de... Manases.

En efecto, hablamos del mismo abuelo de Josías. De acuerdo a la primera versión de la historia deuteronómica, Manases había abolido todas las reformas religiosas de su padre Ezequías. Había levantado una estatua de la diosa Asherah y había construido altares para los dioses paganos en los atrios del templo. Esto había preparado el escenario para el advenimiento de Josías y de sus grandes reformas, que habrían de ser todavía más venerables y completas que las de Ezequías.

Pero la versión corregida del documento D es más prolija en cuanto a detalles de los crímenes de Manases y agrega las consecuencias de tales crímenes. Una vez más, esto es algo que se vuelve evidente a partir del análisis textual. He aquí lo que se añadió:

Manases los instigó a actuar con más perversidad que las naciones que el Señor había aniquilado ante los israelitas. Por tanto el Señor habló por boca de sus siervos los profetas, y dijo: “Puesto que el Rey Manases de Judea cometió todas estas cosas execrables... él ha sido la causa de los pecados de Judea al hacerla caer en la idolatría. Por ello acarrearé tal desastre sobre Jerusalén y Judea que todo aquel que escuche lo que les sobrevendrá sentirá un escozor en los oídos... Voy a limpiar a Jerusalén de la misma manera que se limpia un plato y después se voltea boca abajo. En cuanto a lo que quede de mi pueblo, lo abandonaré y entregaré a manos de sus enemigos para que sea saqueado y despojado por ellos, porque sus actos han sido malos a mis ojos y me han estado irritando desde el día en que sus antepasados salieron de Egipto y hasta el presente. [xiv]

¡Vaya forma de provocar un ataque de culpa! Manases es tan malo, y el pueblo tan pérfido por acatar sus designios, que ahora se profetisa la caída del reino. Luego el escritor salta hasta el final del papiro y allí donde dice “no hubo ningún otro rey como Josías”, añade “Y Yahvé no se retractó de sus palabras, haciendo que su furia se encendiera contra Judea a causa de todas las cosas que Manases había hecho en su contra.” [xv]

Sin embargo surge una duda, ya que cuando leemos el texto nos quedamos con la sensación de que el guante no calza. Por ejemplo, en 2 Crónicas, comenzando en el capítulo 32, versículo 33, leemos la siguiente historia:

Y Ezequías fue a reunirse con sus antepasados, siendo enterrado en el más alto de los sepulcros destinados a los hijos de David: y todo Judea y los habitantes de Jerusalén le rindieron honores; y su hijo Manases reinó en su lugar.

Manases tenía doce años de edad cuando comenzó su reinado, y reinó en Jerusalén cincuenta y cinco años, pero sus actos fueron malos a los ojos del Señor, como las infamias de los paganos que el Señor había arrojado de la presencia de los israelitas.

Y el Señor le habló a Manases y a su pueblo, pero ninguno le prestó atención, por eso el Señor levantó contra ellos a los capitanes de las huestes del rey de Asiria, que terminaron por tomar a Manases como prisionero en medio de un campo de espinos; lo sujetaron con grilletes y lo llevaron a Babilonia.

Y cuando se halló en gran aflicción, invocó al Señor su Dios, y se humilló delante del Dios de sus antepasados. Y cuando oró, Dios atendió su súplica y lo trajo de vuelta a Jerusalén a hacerse cargo de su reino. Entonces comprendió Manases que el Señor es Dios.

Después de esto Manases construyó una muralla alrededor de la ciudad de David, al oeste de Gijón, a lo largo del valle, llegando incluso hasta la puerta de los Peces y rodeando Ofel. La levantó hasta gran altura, y también puso comandantes de guerra en todas las ciudades fortificadas de Judea. Además quitó de la casa del Señor a todos los dioses extranjeros y al ídolo que había levantado, así como todos los altares que había construido en el monte del templo y en Jerusalén, y los arrojó fuera de la ciudad.

Reparó el altar del Señor, y sobre él realizó sacrificios en ofrendas de paz y de agradecimiento, y ordenó a toda Judea servir al señor Dios de Israel.

Pero la gente continuó sacrificando en los santuarios, si bien en honor del Señor su Dios.

El resto de la historia de Manases, incluidas sus oraciones a Dios y las palabras de los videntes que le hablaron en nombre del Señor Dios de Israel, se encuentra en el libro de los Reyes de Israel.

Su oración también, y la respuesta que recibió de Dios, y todo lo relativo a sus pecados y transgresiones, y el detalle de los lugares donde hizo construir santuarios de adoración y colocó imágenes talladas, antes de humillarse ante el Señor, todo ello se encuentra escrito entre las palabras de los videntes.

Cuando murió Manases lo enterraron en su propia casa, y su hijo Amón reinó en su lugar.

Amón tenía veintidós años de edad cuando comenzó su reinado, y reinó en Jerusalén por espacio de dos años.

Pero sus actos fueron malos a los ojos del Señor, al igual que los de su padre Manases, porque realizó sacrificios en honor de todas las imágenes talladas que había hecho su padre y les rindió culto. Y no se humilló ante el Señor, como sí lo había hecho su padre Manases; por el contrario, Amón acumuló cada vez más transgresiones.

Sus sirvientes conspiraron en contra suya y terminaron por darle muerte dentro del mismo palacio. Pero la gente del pueblo dio muerte a todos los que habían conspirado en su contra, colocando a su hijo Josías como rey en su lugar.

Primero que todo, algo muy sospechoso está pasando aquí. De nuevo tenemos a otro tipo más que es llevado como prisionero a Babilonia a manos de los asirios, solo que este es retornado de manera milagrosa sin que nadie haga preguntas al respecto. Cometió algunos actos viles, fue castigado, dijo una especie de maravillosa oración que no se encuentra en ninguna parte de la Biblia, a pesar de que se afirma que está en el libro de Reyes y en otro libro con “las palabras de los videntes”. ¿Cuáles son estas “palabras de los videntes”? No las encontramos por ninguna parte. Lo que sí encontramos es lo siguiente:

Manases tenía solo doce años cuando comenzó su reinado, y reinó en Jerusalén por espacio de cincuenta y cinco años. El nombre de su madre era Hepzibah. Pero sus actos fueron malos a los ojos del Señor, pues abrazó las mismas prácticas abominables de los paganos que el Señor había arrojado fuera de la presencia de los israelitas. De nuevo levantó los mismos santuarios de adoración que su padre Ezequías había destruido, incluyendo altares para Baal, así como un huerto, tal y como había hecho Ahab, rey de Israel; además rindió culto a todas las huestes del cielo, siendo su servidor.

Construyó altares en la casa del Señor, de la cual el mismo Señor había dicho que sería la morada de su nombre en Jerusalén; hizo levantar altares para todas las huestes del cielo en los dos atrios del templo. A su hijo le hizo pasar por el fuego, y cumplió con los ritos periódicos, y usó encantamientos, y tuvo tratos con espíritus familiares y con hechiceros, y tan malos fueron sus actos a los ojos del Señor que terminó por encender la ira de este.

Y colocó imágenes talladas en el templo, del cual el Señor había dicho a David y a su hijo Salomón: “en esta casa de Jerusalén, hogar de la tribu que he escogido de entre todas las tribus de Israel, pondré mi nombre para siempre. No haré que los israelitas sean despojados de la tierra que le he dado a sus antepasados siempre y cuando actúen de acuerdo a lo que les he ordenado ,y de acuerdo a los preceptos de la ley que mi sirviente Moisés les enseñó”.

Pero no hicieron caso de tales palabras, y Manases los indujo a hacer todavía mayores iniquidades que las que hicieran las naciones que el Señor había destruido ante los ojos de los israelitas. Así que el Señor habló a través de sus sirvientes, los profetas, diciendo: “Puesto que Manases, rey de Judea, ha cometido todos estos actos abominables y su maldad ha sido incluso mayor que la de los amoritas de otros tiempos, y ha hecho que Judea caiga en el pecado de la adoración de ídolos paganos, Yo, el Señor y Dios de Israel, acarrearé tal desastre sobre Jerusalén y Judea que todo aquel que escuche lo que sobrevendrá sentirá un escozor en los oídos. Haré que las fronteras de Samaria se extiendan y abarquen Jerusalén y todas las posesiones de la casa de Ahab. Voy a limpiar a Jerusalén de la misma manera que se limpia un plato y después se voltea boca abajo. En cuanto a lo que quede de mi pueblo, lo abandonaré y entregaré a manos de sus enemigos para que sea saqueado y despojado por ellos, porque sus actos han sido malos a mis ojos y me han estado irritando desde el día en que sus antepasados salieron de Egipto y hasta el presente.

Manases hizo derramar tal cantidad de sangre inocente que esta manchó el suelo de Jerusalén de un extremo al otro.

El resto de los actos de Manases, así como el detalle de todos los pecados que cometió, ¿acaso no se encuentra todo esto relatado en las crónicas de los reyes de Judea? Y Manases fue a reunirse con sus antepasados, siendo enterrado en el jardín de su propia casa, en el jardín de Uzza; y su hijo Amón ascendió al trono en su lugar. [xvi]

¿Podría el verdadero Manases ponerse de pié, por favor? ¡Parece como si se tratara de dos personas completamente diferentes! No solo eso, sino que además aquí no aparece por ningún lado el relato del cautiverio de Manases en Babilonia, lo mismo que su arrepentimiento y toda mención a sus reparaciones del Templo que sí aparecen en Crónicas. ¿Qué es lo que está pasando aquí?

Hablando de las reparaciones del templo, fue de hecho en el transcurso de tales reparaciones que fue descubierto el supuesto pergamino de la Torah de los Levitas durante el reinado de su padre Ezequías. De nuevo se queda uno con la sensación de que algo no está bien, como si una página hubiera sido arrancada. ¿Es posible que Ezequías y Manases fueran la misma persona? De hecho encontramos una curiosa similitud entre el episodio de la postración en actitud de humildad por parte de Manases y otro episodio que, si bien menos prolijo en cuanto a detalles, también menciona una postración similar protagonizada por Ezequías:

En aquellos días se encontraba Ezequías con la salud quebrantada y al borde de la muerte, así que oró al Señor, y este atendió a su súplica y le envió una señal. Pero pronto se olvidó de estar agradecido por el beneficio que había recibido ya que su corazón de nuevo se encontraba boyante. Entonces el Señor se sintió airado en contra suya y toda Judea. No obstante, al darse cuenta del orgullo que henchía su corazón, Ezequías se postró en humildad, e igual hicieron los habitantes de Jerusalén, por lo que la ira del Señor no descendió sobre ellos en los días de Ezequías. [xvii]

De alguna manera suena como si Ezequías no fuera ese tipo tan estupendo que se ha querido retratar y, por otro lado, como si Manases tampoco fuera tan malvado como se le describe. No solo eso, sino que además resulta cada vez más evidente que hay aquí una especie de encubrimiento en acción. ¿Porqué? Quizás nunca lleguemos a saberlo con certeza, pero tales preguntas deben formularse, y la evidencia del análisis de los textos debe ser considerada a la hora de decidir si uno cree o no que la Biblia representa la palabra de Dios divinamente inspirada. En mi opinión, las historias de Ezequías y Manases son solo otro duplicado de las historias de Omri y Ahab. Uno se comienza a preguntar si el exilio de los judíos realmente comenzó con la caída del Reino del Norte y si todo cuanto se añadió posteriormente, la historia completa del Reino del Sur, la obra y vida de sus reyes, etc., no sería sino una creación literaria realizada durante el exilio por mano de los sacerdotes.

Otro problema con el que tuvo que lidiar el autor de esta historia fue la promesa de Yahvé de que el Templo del rey Salomón duraría por siempre. Ya anteriormente había escrito, obviamente bajo algún tipo de “guía” [xviii] , que Dios dijo:

“He santificado este templo que me has construido para que en él more por siempre mi nombre, y mis ojos y mi corazón estarán allí por todos los días del mundo.” [xix]

Bueno, ¡eso fue bastante claro y definido! Pero ahora el escritor debía encarar el hecho de que todo se había convertido en cenizas. ¿Qué hacer entonces? Obviamente no podía renunciar a la idea de que esa había sido una promesa que se le había hecho a Israel, así que aplicó a esta promesa el carácter provisional del pacto mosaico. Agregó cuatro frases con las que Dios advierte al pueblo que de no mantener y respetar los mandamientos que les ha dado, él los exiliará y rechazará el Templo. Luego hizo algo más: agregó una larga lista de maldiciones al texto del Deuteronomio. Esta lista incluía enfermedades, locura, ceguera, derrotas militares, destrucción de cosechas y ganado, hambruna, canibalismo, y al final, la declaración que sella todo el asunto: la última maldición del Deuteronomio, “Y Yahvé los enviará de vuelta a Egipto”.

La última frase de 2 Reyes es: “Y entonces toda la gente se levantó y se fue a Egipto, lo mismo grandes y pequeños que oficiales del ejército, por miedo a los babilonios.”

Así es que hasta el retorno de los exilios, los textos bíblicos fueron blandidos por los sacerdotes como armas en una feroz batalla por el control de las mentes de la gente. Fue el último editor en Babilonia el encargado de amalgamar todo en un solo conjunto, mezclando y combinando los cuatro documentos, cortando y pegando, añadiendo y eliminando, barnizando y mejorando todo de tal manera que la mayoría de la gente que lee el texto se queda con la impresión de que se trata de una sola y continua historia. Solo ocasionalmente comete un desliz tan evidente que incluso el ojo no adiestrado del lego se percata de que algo no está del todo bien. Pero para el ojo experto, para el buscador de las verdades más profundas escondidas dentro de la Biblia, el enrevesado deambular del texto, ora en una dirección, ora en la otra, se torna evidente, hasta que el todo finalmente se revela como un laberinto que esconde algo en el centro que algunos piensan es Dios. Y quizás lo sea, pero la pregunta es: ¿cuál Dios?

Otra pregunta que debemos formular a estas alturas de la discusión es: si no existió Arca de la Alianza ni templo de Salomón, a diferencia de lo que afirma la Biblia, entonces ¿cómo debería de interpretarse la ahora famosa historia de los Templarios y sus supuestas excavaciones en el Templo? ¿Y qué hay acerca de las muchas sociedades ocultas y secretas que afirman ser depositarias de “secretos egipcios” transmitidos al judaísmo a través de Moisés? ¿Hay alguna posibilidad de que todas estas historias hayan sido fabricados a posteriori, tal y como ha sugerido Fulcanelli? Si ese fuera el caso, ¿quiénes eran en realidad los Templarios, qué era en realidad lo que hacían y adónde?

Todo esto nos trae de vuelta a nuestro problema acerca de Abraham y Sarai en Egipto. La historia completa requeriría de un volumen adicional para poder explicarla de manera adecuada, pero por ahora permítaseme proponer aquí que Sarai y Nefertiti eran una sola persona; que Abraham y Moisés eran la misma persona, y que es muy probable que hayan tenido posesión de cierto “objeto de valor cultual”, sino de hecho una auténtica maravilla tecnológica antigua, misma que se llevaron en su huida de Egipto durante la erupción de Thera, provocando la ira de un faraón loco, Akhenaten, y lanzándolo en furiosa persecución suya. Si la verdadera motivación de todo fue “entrégame de vuelta a mi esposa”, y no “deja libre a mi pueblo”, y todo el drama tuvo como escenario la catástrofe geológica y atmosférica que llevó al colapso de la Edad de Bronce, entonces tenemos aquí un muy útil pivote central alrededor del cual todo se articula y que nos sirve para evaluar el resto de la cronología. Y si de hecho paralelamente existieron dinastías hicsas y tebanas, también tenemos un marco dentro del cual podemos entender el proceso de mitificación que tuvo lugar.

Reuniendo los pedazos fragmentados a partir de la historia original y que asumieron la forma de las historias de los diferentes personajes (Abraham, Ismael, Jacob, Esaú, Moisés y Aarón, e incluso el mismo rey David) tenemos entonces alguna esperanza de acercarnos un poco más al entendimiento de lo que en realidad tuvo lugar, así como a la dilucidación final de quién es quién. Como ya lo he mencionado, mi plan es dedicar otro volumen a la comparación y análisis de todos estos individuos, pero por el momento, creo que todo pensador creativo puede acudir a los textos originales, extraer los elementos de esta historias, acomodarlos en columnas y ver por sí mismo que existen tantas correspondencias que resulta extremadamente probable que todo se refiera a un número relativamente pequeño de individuos que vivieron en un período específico de la historia marcado por la erupción del volcán Thera.

Una de las cosas que me parecen particularmente importantes es: si Abraham y Moisés fueron la misma persona, y si Sarai y Nefertiti también fueron la misma persona (“una hermosa mujer ha arribado”), es preciso parar mientes en el hecho de que lo que todos estos hombres, incluyendo Akhenaten, tenían en común, era el Monoteísmo, y esto podría tener mucho más que ver con la mujer que compartieron que lo que cualquiera pudiera imaginarse.

Y esto nos trae de vuelta al extraño evento que aparece registrado en Génesis 33:11, donde algo se transfiere de Jacob a Esaú.

¿Quizás se trató del Arca de la Alianza, descrita como una “Bendición”?

Y si ese fuera el caso, y fue llevada hacia el ESTE, idea que resulta sumamente intrigante a la luz de las historias griálicas y ciertos comentarios de Fulcanelli relativos a que debemos tener fe en la historia de Platón en la cual, entre otras cosas, se nos dice que los griegos fueron instruidos por los árabes, entonces debemos preguntarnos quiénes fueron en realidad esos “árabes” originales, y todo parece indicar que se trató de la llamada Tribu de Dan. Y claro está, notamos la similitud con el nombre de Danae, la madre de Perseo, el mismo que por supuesto es el poseedor de la cabeza de la gorgona (tan similar en función al Arca de la Alianza), según se relata en un cuerpo de historias que a fin de cuentas proviene de los escitas.

 



[i] Observar la diferencia entre la versiones de la historia del “agua que mana de la roca” en Éxodo 17:2-7 y Números 20:2-13.

[ii] Black, Jeremy, y Green, Anthony, Gods, Demons and Symbols of Ancient Mesopotamia (“Dioses, Demonios y Símbolos de la Antigua Mesopotamia”); Austin: University of Texas Press 1992.

[iii] La Biblia, 2 Crónicas, 34.

[iv] Aún si tenemos fuertes sospechas de que este “linaje davídico” fue tan manipulado y/o falsificado como para hacer una labor hercúlea de cualquier intento por aclarar las cosas.

[v] Recordemos que para los sacerdotes aarónicos Moab casi equivalía a “Villa Infierno”

[vi] Josué, Jueces, Ruth, 1 y 2 de Samuel, y 1 de Reyes

[vii] Cf. Friedman, p 136 ff.

[viii] La Biblia, Jeremías, 29:1-3.

[ix] La Biblia, Jeremías, 8:17-22

[x] La Biblia, 2 Reyes, 24: 8

[xi] La Biblia, 2 Reyes, 24:8,9

[xii] La Biblia, 2 Crónicas, 35:21,22

[xiii] La Biblia, Deuteronomio 31:16,17

[xiv] La Biblia, 2 Reyes 21:8-15

[xv] Bueno, casi pareciera que Manases fuera en realidad Zedequías, pero no tiene sentido desviarse hacia otra serie de especulaciones al respecto.

[xvi] La Biblia, 2 Reyes:21.

[xvii] La Biblia, 2 Crónicas 32

[xviii] En un volumen de futura publicación trataremos acerca del posible origen de esta “guía”

[xix] La Biblia, 1 Reyes 9:7

 

 

 

 

El lector preferiría obtener una copia del libro “La Historia Secreta del Mundo” con el fin de tener un contexto completo de la discusión “¿Quién escribió la Biblia?”

 


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