Artículo
Laura Knight-Jadczyk
 
 

¿QUIÉN ESCRIBIÓ LA BIBLIA Y PORQUÉ?

 
EL ARCA DE LA ALIANZA Y EL TEMPLO DE SALOMÓN
Extraído de
Historia Secreta del Mundo

Derechos Reservados 2001, ninguna parte de este texto puede ser copiado, almacenado, o reproducido por ningún motivo sin el consentimiento escrito de la autora.

 


El Arca de la Alianza: el objeto más misterioso y poderoso del cual nos quieren hacer creer era objeto de las estadías de los Templarios y sus búsquedas en Jerusalén.  ¿Qué sabemos realmente acerca del Arca? 

 

Para siquiera poder hacernos una idea de la naturaleza del Arca, es obvio que tenemos que realizar un cuidadoso examen de la estructura religiosa dentro de la cual aparece inserta: el Judaísmo. Cuando me inicié en el estudio de los asuntos que más me interesaban (cuestiones religiosas, problemas filosóficos, y temas relacionados) realmente no tenía la menor idea de que iba a descubrir algo tan horrendo, de tan profundas implicaciones, como lo que descubrí acerca de las religiones en general y el monoteísmo en particular. Ruego no se me malinterprete o se piense que estoy promoviendo el paganismo o cualquier otra forma de adoración de “dioses” o imágenes de los mismos. Estoy plenamente convencida de que la fuente de todas las cosas es la conciencia, y que en su aspecto fundamental, esta conciencia es lo que solemos llamar Dios, o bien la Mente Divina. Pero el asunto que estamos considerando aquí es la imposición del monoteísmo como la doctrina de

   
 
 
 
 
 
 
 

 

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"Los desastres suponen ciclos en el ciclo de la experiencia humana [...] El ciclo humano refleja al ciclo de catástrofes. La Tierra se beneficia con una limpieza periódica. Es hora de prestar atención a los Signos. Se están incrementando. Se pueden incluso "sentir," si prestan atención."

 


"La vida es religión. Las experiencias de la vida reflejan cómo uno interactúa con Dios. Aquellos que están dormidos son aquellos de poca Fe en términos de su interacción con la creación. Algunas personas creen que el mundo existe para que ellos lo superen, lo ignoren o lo acallen. Para estos individuos, los mundos dejarán de existir. Se volverán exactamente aquello que le han dado a la vida. Serán simplemente un sueño en el "pasado." Las personas que prestan una rigurosa atención a la realidad objetiva, mirando hacia todas partes, pasarán a ser la realidad del "Futuro."

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

un grupo que declara que su versión de quién o qué es dios es la única correcta. Como resultado de eso tenemos la preeminencia del monoteísmo judeo-cristiano, con su retorcida concepción linear del tiempo tomada en préstamo del Zoroastrismo.
La gente ha estado leyendo la Biblia durante siglos. A ningún otro texto dentro de nuestra cultura se le ha conferido similar estatus. Existen más copias de la Biblia que de cualquier otro libro sobre la faz de la Tierra. Se le cita más a menudo que cualquier otro texto y existen más traducciones de la misma que de cualquier otro libro. A lo largo de la historia escrita, el número de personas que la han leído, estudiado, enseñado, admirado, utilizado como modelo de vida, muerto a causa suya y asesinado a causa suya, supera con creces al de su más cercano seguidor. Es el documento que se encuentra en el corazón mismo del Judaísmo y el Cristianismo, y no obstante todo lo anterior, el hombre común rara vez se pregunta quién, en realidad, fue el que la escribió. La respuesta, de todas maneras, se cree conocer de antemano: es obra de revelación, dictado, o bien inspiración divina.

A pesar de lo que pueda el hombre común creer acerca de ella, muchos investigadores –en su gran mayoría teólogos– han estado trabajando en estas cuestiones por cerca de mil años ya (ello, claro está, cuando no se les ha enviado a quemar en la hoguera por la mera osadía de hacerse tales preguntas). Lo que resulta irónico es el hecho de que, en su intento por aproximarse lo más cercanamente posible al texto original (el que suponen más cercano a la primera revelación de la mano de Dios) la mayoría de ellos solo pretendía una más estrecha comunión con Dios.

Cuando uno estudia literatura dentro del marco de una clase académica,  es importante estudiar la vida del autor, aunque solo sea a través de las claves proporcionadas por los mismos trabajos literarios que se están examinando. Ello le permite a uno ver las conexiones significativas entre la vida del autor y el texto que este ha producido. En términos de la Biblia, estas conexiones son cruciales. No obstante, el hecho es que cuando hablamos de cosas tan nebulosas como la religión y la historia, de inmediato nos vemos enfrentados a un problema.

Cuando escriben acerca de la historia, los historiadores no solamente discuten acerca de los hechos teóricos que se proponen como elementos a lo largo de una línea de tiempo, sino también acerca de los métodos utilizados para dilucidar la naturaleza de cada uno de esos elementos. Generalmente extraen sus conclusiones acerca de la historia a través de la lectura de las “fuentes” o de los registros más antiguos del asunto en cuestión. En algunos casos estos registros podrían ser los relatos de los mismos testigos presenciales, mientras que en otros se trata de relatos transmitidos por intermediación de algún escriba.

Los historiadores suelen hacer una distinción entre fuentes “primarias” y “secundarias”. Una fuente primaria no necesariamente es un testigo presencial –si bien la existencia de uno de estos siempre resulta conveniente–, sino que más bien se define como aquella que no puede ser conectada a ninguna otra fuente anterior, por lo que no parece depender del relato de otro persona. Las fuentes secundarias son esencialmente copias o re-elaboraciones de las fuentes primarias. A menudo consisten en un conglomerado de materiales recopilados de varias fuentes a los que se les incluye algunos comentarios o datos adicionales. Esto obviamente podría representar un problema si la fuente primaria es completamente falsificada.

El requerir interpretaciones y evaluaciones de las fuentes primarias es cosa del todo legítima; ese es justamente el papel de toda buena fuente secundaria, siempre y cuando se haga clara distinción entre fuente e interpretación. De hecho, las fuentes secundarias –los análisis–  resultan vitales para el lector promedio que no tiene el suficiente conocimiento de los antecedentes lingüísticos, históricos y culturales como para evaluar las fuentes primarias. Pero sucede con mucha frecuencia que los historiadores tratan a sus fuentes exactamente de la misma manera que describe J. K. Huysmans:

Para un hombre de talento los eventos no son más que un trampolín de ideas y de estilos, puesto que todos ellos resultan mitigados o agravados de acuerdo a las necesidades que se tengan de una causa o de acuerdo al temperamento del escritor que los manipula.

En lo que concierne a los documentos que los apoyan la cosa es peor aún, puesto que ninguno de ellos es irreducible y todos son rectificables. Si no resultan ser apócrifos, otros documentos no menos confiables pueden ser descubiertos en fecha posterior que los contradigan, mismos que a su vez deberán esperar su turno de ser devaluados por el descubrimiento de otros archivos no menos ciertos. [Huysmans, 1891, Cap. II].

En los primeros años del siglo 20, M. M. Mangasarian, antiguo Congregacionista y Ministro Presbiteriano que estudió en el Seminario Teológico de Princeton y que ya muy temprano en su vida había renunciado a su filiación cristiana para seguir una brillante carrera como proponente del Libre Pensamiento, escribió:

La Biblia es un Libro Extraordinario: cualquier libro que declare completa infalibilidad, que aspire a la absoluta autoridad sobre mente y cuerpo, que exija rendición incondicional a todas sus pretensiones so pena de eterna condenación, necesariamente es un libro extraordinario, y uno que, por tanto, debe ser sometido a evaluaciones extraordinarias.

Pero no lo es.

Ni los sacerdotes cristianos ni los rabinos judíos aprueban el someter la Biblia a las mismas evaluaciones a las que deben someterse otros libros.

¿Porqué?

¿Porque esto podría ayudar a la Biblia? Esa no puede ser la razón.

¿Porque podría dañarla? No se nos ocurre ninguna otra explicación.

La Verdad es que la Biblia es: una Colección de Escritos de Fecha y Autoría Desconocidas y Revertidos al Idioma Inglés a partir de Supuestas Copias de Supuestos Originales desafortunadamente Perdidos. [i]

Recientemente, Richard Dawkins, autor de Blind Watchmaker, sugirió que la religión era un virus:

Dawkins argumentó que la extendida presencia de la religión –a pesar de la ausencia de cualquier beneficio evidente– sugiere que ello no se debe a una adaptación evolutiva. [...] La sociedad representa un apto caldo de cultivo para el “virus” de la religión al etiquetar de manera automática a los niños con la religión de sus padres. Los niños a su vez absorben estas creencias porque están condicionados para hacerlo así.

A pesar de ser universal, según ha dicho Dawkins, la religión no es generalmente beneficiosa. Rechazando las teorías de muchos de sus contemporáneos, Dawkins argumenta que la religión no ha ayudado a la gente a adaptarse o a sobrevivir. Más allá de ser una fuente de consuelo, la religión no suministra protección alguna contra las enfermedades o las amenazas físicas.

“Si una persona se ve enfrentada con un león no se apaciguará si se le dice que solo se trata de un conejo”, dice Dawkins. La religión, desde el punto de vista de Dawkins, no solamente suministra un falso sentido de seguridad, sino que además es activamente divisiva y dañina. Designados como cristianos o como musulmanes por sus padres, los niños además heredan la susceptibilidad a las discriminaciones asociadas con estas etiquetas. Dawkins ha señalado el ejemplo de los fundamentalistas protestantes en Belfast que se solazan en escupir a las niñas católicas por la única razón de que sus padres las han etiquetado como católicas. [ii]

En muchos aspectos Dawkins está en lo cierto. Si bien no comparto sus ideas de que la existencia es consecuencia exclusiva de la “mecanicidad accidental del universo”, debo decir que ha sabido enfocarse en un elemento crucial de la religión o de los cultos, como se conocen hoy en día: que se tratan de un virus, y más aún, uno de naturaleza letal. Entre todas las opiniones expresadas por Dawkins, una que ciertamente no comparto es: “Si una persona se ve enfrentada con un león no se apaciguará si se le dice que solo se trata de un conejo”. Lo cierto es que este es justamente el problema que enfrentamos cuando contemplamos nuestra realidad. Muchas personas terminan por apaciguarse cuando se les dice que el león es solo un conejo. No es algo que les ayude a sobrevivir, o a solucionar los problemas de la existencia, pero distrae su atención y evita que formulen preguntas incómodas acerca de nuestra realidad que el Poder Reinante no desea que formulen. En cuanto a porqué la gente cree con tanta facilidad en las mentiras de los Cultos Monoteístas, Dawkins señala de manera sucinta que la religión es una norma social que se vale de las tendencias psicológicas de los niños. “Es su particular obediencia la que los torna vulnerables a los virus y los gusanos [informáticos]”, ha dicho Dawkins.

Su particular obediencia. La religión es una forma coercitiva de asegurar la obediencia a la Maquiavelo.

Como quizás lo sepa el lector [iii] , pasé cierto número de años trabajando de hipnoterapeuta como parte de mi búsqueda de repuestas a los asuntos que atañen al “plano de la mente”. Ese trabajo me capacitó para tener una perspectiva única de casi todas las otras ramas de estudio en las que me he ocupado desde entonces. Lo más importante que aprendí de él es que la mayoría, cuando no TODAS, las opiniones humanas acerca de las cosas tienen su raíz en el pensamiento emocional. Las emociones tienen la curiosa tendencia de “colorear” todo lo que vemos, experimentamos y recordamos, de forma tal que lo que pensamos resulta ser, muy a menudo, el resultado de una “anhelación compulsiva”.

El problema con el asunto de la Biblia y de la Historia es que hay una gran cantidad de campos que pueden contribuir valiosa información –arqueología, paleontología, geología, lingüística, etc.– pero esa información es descartada en favor de aquello que la mente concibe como resultado de su “anhelación compulsiva”. En el otro extremo tenemos a la mitología y a la historia. Desafortunadamente ellas son muy similares porque, como bien sabemos, “la historia la escriben los ganadores”. Y la gente es propensa a cometer actos altamente censurables en situaciones difíciles, que posteriormente procurarán encubrir con la intención de proyectar a la posteridad una imagen de sí mismos que sea lo más favorable posible.

Los más antiguos textos en hebreo que se conservan del Antiguo Testamento, son los que se encontraron en Qumran, que apenas se remontan a dos o tres siglos antes de Cristo. Previo a su aparición, la más antigua versión descubierta era una traducción al griego que data aproximadamente del mismo período. Y el texto completo en lengua hebraica que presenta mayor antigüedad, tan solo data del siglo décimo DC, así que hay algo que no está bien con este estado de cosas.

Se tiene la creencia general, como resultado del análisis textual,  de que una pequeña parte del Antiguo Testamento se escribió alrededor del año 1000 AC y que el resto data de aproximadamente el 600 AC. La Biblia, tal y como la conocemos, es el resultado de numerosos cambios a lo largo de los siglos, y hay tal número de contradicciones dentro de ella que no tenemos espacio suficiente para listarlas. Existen bibliotecas enteras dedicadas a este asunto, y le recomiendo al lector revisar el material con el fin de tener un fundamento sobre el cual poder juzgar las cosas que voy a decir.

Los estudiosos de la Biblia generalmente sitúan a Abraham entre los años 1800 y 1700 AC. Los mismos estudiosos sitúan a Moisés entre el 1300 y el 1250 AC. Sin embargo, cuando rastreamos las generaciones tal y como aparecen listadas en la Biblia, ¡solamente encontramos siete generaciones entre ambas figuras patriarcales! Cuatrocientos años es demasiado para tan solo siete generaciones. Considerando entre 35 y 40 años para cada generación, eso colocaría a Abraham alrededor del 1550 AC y a Moisés alrededor del 1300 AC. Esto obviamente significa que hay varios cientos de años de los que no se da cuenta alguna dentro del texto. Remontándonos hasta la figura de Noé, y utilizando la misma lista de generaciones suministrada por la Biblia, llegamos a una fecha entre el 2000 y el 1900 AC: la época aproximada del arribo de los Indoeuropeos al Cercano Oriente. Los registros geológicos y arqueológicos no dan cuenta de ningún cataclismo en esa época, pero en cambio sí hay evidencias de lo que se podría denominar como una discontinuidad global de orden cataclísmica hace alrededor de 12,000. Así que tenemos en este caso un faltante de alrededor de 8000 años, días más o menos.

En un sentido más general, el utilizar la Biblia como una fuente histórica de información presenta una serie de problemas insuperables, en particular cuando se considera el factor “mitificación”. Hay muchas contradicciones en el texto que no es posible reconciliar por ninguna suerte de contorsionismo teológico o mental. En ciertos lugares se describe la ocurrencia de eventos en cierto orden, mientras que en otros se indica que ocurrieron en un orden diferente. En un lugar la Biblia dice que había dos de algo, y más adelante dice que eran 14. En una página la Biblia dice que los Moabitas hicieron algo, y unas cuantas páginas más adelante dice que los Midianitas hicieron exactamente lo mismo. Hay incluso una instancia en la se describe a Moisés visitando el Tabernáculo, ¡antes de que este hubiera sido construido! (y a menos de que Moisés pudiera viajar en el tiempo, no se concibe cómo podría suceder tal cosa).

Hay otros detalles en el Pentateuco que suponen problemas adicionales: se indican ciertas cosas que es imposible que Moisés haya podido saber si hubiera vivido cuando se dice que lo hizo. Hay un caso particular en el que Moisés dice algo que no pudo haber dicho: el texto relata su misma muerte, y esto es altamente improbable que haya podido ser relatado por Moisés. ¡El texto también afirma que Moisés era el hombre más humilde sobre la faz de la Tierra!

La Inquisición se hizo cargo de lidiar con todos estos problemas durante buena parte de los últimos dos mil años, y de una manera similar también se encargó de los Cátaros y de cualquier otro grupo de individuos que no aceptara la versión oficial de las cosas promulgada por el establecimiento judeo-cristiano.

Para los judíos, las contradicciones no eran tales, sino solamente “aparentes contradicciones”, ¡y todas susceptibles de ser explicadas por vía de la “interpretación”! (Yo podría añadir que estas interpretaciones eran usualmente más fantásticas que los mismos problemas). Moisés era capaz de “saber cosas que no debería haber sabido” porque él era un profeta. Los comentaristas bíblicos medievales, tales como Rashi y Nacmánides, eran sumamente duchos en reconciliar lo irreconciliable.

En el siglo 11 Isaac ibn Yashush, un médico de la corte morisca española y auténtico revoltoso por naturaleza, mencionó el hecho embarazoso de que la lista de reyes edomitas que aparece en Génesis 36 incluye algunos reyes que vivieron mucho tiempo después de que Moisés había muerto. Ibn Yashush sugirió lo obvio, que la lista debía haber sido compilada por alguien que vivió en fecha posterior a Moisés. Desde entonces se le conoció como “Isaac el Desatinado”.

El tipo que inmortalizó al listo de Isaac con tal apelativo fue Abraham ibn Ezra, un rabino de la España del siglo 12. Pero Ibn Ezra nos enfrenta con una paradoja, porque él también escribió acerca de los problemas que existen con el texto de la Torah. Alude a numerosos pasajes que no parecen ser obra de la mano de Moisés puesto que se refieren a este en tercera persona, emplean términos que Moisés no podía conocer, describen lugares en los que Moisés nunca estuvo, y utilizan un lenguaje que pertenecen a una época y un ambiente totalmente ajenos a los de Moisés. De manera bastante misteriosa, escribió: “Aquel que entiende reconocerá la verdad. Aquel que entiende guardará silencio”.

Así que, ¿porqué llamó a Ibn Yashush el “desatinado”? Obviamente porque este tenía que abrir su bocota y revelar el secreto de que la Torah no era lo que se suponía, y una vez que se supiera la verdad, muchos seguidores del negocio del misticismo judío perderían interés en el mismo. Y el mantener el interés de los estudiantes y buscadores de poderes era un gran negocio en aquella época. Más aún, quisiéramos señalar que todo el mito del Cristianismo dependía de la validez del judaísmo puesto que se trataba de su “Nueva Alianza”, y aun si había un aparente conflicto entre judíos y cristianos, los cristianos desesperadamente necesitaban validar al judaísmo y a su argumento de que se trataba de la revelación del Dios Único al “pueblo escogido”. Después de todo, era sobre esta base que se afirmaba que Jesús era el hijo de Dios. En resumidas cuentas, se podría decir que el cristianismo creó al judaísmo, en el sentido de que este último se habría desvanecido en el olvido de no haber recibido un infusión de energía que lo validó durante la época del Oscurantismo.

En el Damasco del siglo 14, un estudioso de nombre Bonfils escribió una obra en la cual decía: “Y ello constituye evidencia de que este verso de la Torah fue escrito en época posterior, y ciertamente no por mano de Moisés”. Ni siquiera estaba negando el carácter de “revelación” de la Torah, sino meramente haciendo un comentario razonable. Trescientos años más tarde se reimprimió su obra pero en esta ocasión eliminando dicho comentario.

En el siglo 15, Tostatus, Obispo de Ávila, también afirmó que Moisés no pudo haber escrito los pasajes que se refieren a la muerte de Moisés, pero en un intento por suavizar el golpe se apresuró a añadir que había una “antigua tradición” que afirmaba que Josué, el sucesor de Moisés, era el autor de esa parte del relato. Cien años después, Luther Castaldt comentaba que tal cosa resultaba difícil de creer, habida cuenta de que el relato de la muerte de Moisés estaba escrito en un estilo idéntico al del texto que le precedía.

Bueno, por supuesto que todas estas cosas comenzaron a ser examinadas de una manera más crítica con el advenimiento del Protestantismo a la escena religiosa y con la creciente demanda de una mayor disponibilidad del texto mismo. La Inquisición y otras “majestades católicas” intentaron sin éxito mantener el asunto bajo control. Pero los efectos de las creencias son muy curiosos. En este caso, con el incremento del alfabetismo y la disponibilidad de nuevas y mejores traducciones del texto, el “examen crítico” llevó a la decisión de que el problema era solucionable afirmando que efectivamente Moisés escribió la Torah, pero que sucesivos editores posteriores habían agregado una que otra frase de su propia cosecha.

¡Uf! ¡Esa había estado cerca!, pero al final salieron bien parados.

Un detalle en extremo curioso es que la Iglesia incluyó en su lista negra a uno de los proponentes de la idea de las inserciones editoriales, mismo que solamente intentaba preservar el carácter de textus receptus de la Biblia. ¡Sus obras se colocaron en la lista de “libros prohibidos”! Tal parece que algunas personas no pueden evitar dispararse contra su propio pie.

Bueno, finalmente, y después de cientos de años de darle enormes rodeos al asunto, algunos estudiosos se armaron de valor y abiertamente sostuvieron que Moisés no escribió la mayor parte del Pentateuco. El primero en afirmar tal cosa fue Thomas Hobbes. Señaló que el texto algunas veces asegura que tal o cual cosa ha perdurado tal como se afirma y hasta nuestros días. El problema con ello es que ningún escritor que estuviera describiendo una situación contemporánea la describiría como algo que ha perdurado por mucho tiempo y “hasta nuestros días”.

Isaac de la Peyrère, un calvinista francés, anotaba que el primer verso del Deuteronomio dice: “Estas son las palabras que Moisés habló a los hijos de Israel al otro lado del Jordán...”. El problema es que estas palabras se refieren a alguien que se encontraba en el otro lado del Jordán con respecto al escritor mismo, o lo que es lo mismo, a alguien que está al OESTE del Jordán al momento de escribirse, y describen lo que ha dicho Moisés a los hijos de Israel al  ESTE del Jordán. Y el asunto se agrava aún más por cuanto se supone que, durante su vida, ¡Moisés mismo nunca estuvo en Israel!

El libro de de la Peyrère fue prohibido y quemado. Él fue arrestado y se le dijo que las condiciones para su liberación eran la conversión al catolicismo y la retractación de todo cuanto había escrito. Aparentemente decidió que la discreción era la mejor aliada del valor. Considerando la frecuencia con que ocurrían estas cosas, uno no puede menos que preguntarse acerca de la “santidad” de un texto que debe ser preservado bajo amenaza de tortura y derramamiento de sangre.

No mucho tiempo después de esto, el famoso filósofo Baruch Spinoza publicó lo que se convertiría en un análisis crítico altamente controversial. Declaraba que los pasajes problemáticos de la Biblia no eran casos aislados que podían ser justificados echando mano a la explicación de las “inserciones editoriales”, sino que constituían evidencia bastante extendida de un relato en tercera persona. Señaló además que el texto en Deuteronomio 34 dice: “No volvió a haber en Israel un profeta de la talla de Moisés...” Spinoza sugirió, con bastante razón, que estas eran las palabras de alguien que había vivido mucho tiempo después de Moisés y había tenido la oportunidad de hacer amplias comparaciones. Otro comentarista dice que esas ciertamente no suenan como las palabras del “hombre más humilde sobre la faz de la Tierra”. [iv]

Spinoza no parece haber tenido demasiada aversión hacia la idea de arriesgar su cuello, porque escribió: “Está más claro que el sol de mediodía que el Pentateuco no fue escrito por Moisés sino por alguien que vivió mucho tiempo después que él.” [v] Spinoza ya había sido excomulgado del judaísmo y ahora se encontraba en ascuas con católicos y protestantes. Como es natural, su libro fue rápidamente colocado en la lista de “libros prohibidos”, y fue objeto de una verdadera avalancha de edictos en su contra. Más interesante aún es el hecho de que incluso se le trató de asesinar. Ciertas personas llegarían a cualquier extremo con tal de preservar su derecho de creer en mentiras.

Richard Simon, antiguo protestante y convertido en sacerdote católico, se dio a la tarea de refutar las aseveraciones de Spinoza y escribió un libro en el que afirma que Moisés escribió toda la parte medular del Pentateuco, a la que luego se le insertaron “algunas adiciones”. No obstante, estas adiciones fueron claramente realizadas por parte de escribanos que estaban bajo la guía de Dios o del Espíritu Santo, así que está bien que hayan recopilado, arreglado y expandido el texto original ya que Dios siempre estuvo a cargo del asunto.

Y uno pensaría que la Iglesia estaría satisfecha de salir relativamente bien parada de un embrollo, ¡pero no! Simon fue objeto de ataques y terminó expulsado de su orden por injerencia de sus propios correligionarios. Los protestantes, por su parte, escribieron cuarenta refutaciones de su obra, y solo seis copias de su libro consiguieron escapar a la hoguera. John Hampden tradujo una de estas, solo para meterse también en serios problemas, pero “en 1688 terminó por retractarse de las opiniones que había compartido con Simon [...], de seguro justo antes de ser liberado de la Torre” [vi]

En el siglo 18, tres académicos no relacionados estaban estudiando el asunto de los “duplicados”, o historias que se recuentan en la Biblia en más de una ocasión. Hay dos diferentes historias acerca de la creación del mundo; dos historias acerca del pacto entre Dios y Abraham; dos historias de acerca de la designación del nombre de Isaac, hijo de Abraham; dos historias de la declaración de Abraham, en presencia de un rey extranjero, de que su esposa era su hermana; dos historias del viaje a Mesopotamia de Jacob, hijo de Isaac; dos historias de la revelación de Jacob en Beth-El; dos historias de cómo Dios cambió el nombre de Jacob a Israel; dos historias de cómo Moisés obtuvo agua de una roca en Meribah, etc., etc.

Aquellos que sencillamente no podían renunciar a su creencia a priori en el postulado de que Moisés escribió el Pentateuco, intentaron justificar los “duplicados” diciendo que siempre eran complementarios, no repetitivos ni contradictorios. En algunas ocasiones trataron de estirar aun más esta idea afirmando que los “duplicados” estaban allí para “enseñarnos” algo a través de unas contradicciones que en realidad no eran tales.

Esta explicación, no obstante, no conseguía salir bien parada a la luz de otro hecho: que en la mayoría de los casos, una de las versiones de un duplicado se referían a la deidad mediante su nombre divino, Yahveh, mientras que la otra se refería a la deidad simplemente como “Dios” o como “El”. Lo que esto significa es que había dos grupos paralelos de versiones de las mismas historias, y que cada grupo casi siempre era consistente en cuanto al nombre de la deidad que utilizaba. No solo eso, sino que además había una serie de términos y características que aparecían en forma regular en uno u otro grupo de versiones, y lo que se demostraba con ello era que alguien había tomado dos antiguas fuentes documentales y había realizado un trabajo de corte y pegado para formar una narrativa “continua”.

Como es obvio, al principio se pensó que una de las dos fuentes había sido utilizada por Moisés para la historia de la creación mientras que el resto venía de puño y letra del propio Moisés (!). Pero se terminó por concluir que ambas fuentes correspondían a escritores que habían vivido DESPUÉS  de Moisés. Así que sucesivamente y por etapas, la autoría del Pentateuco atribuida a Moisés estaba siendo casi por completo descalificada.

La idea de Simon de que los escribas habían recopilado, arreglado y expandido un textus receptus era la que, a fin de cuentas, iba en la dirección correcta.

Quisiera señalar que todo esto sucedía no porque a alguien se le hubiese ocurrido desprestigiar a la Biblia, sino porque los problemas señalados eran evidentes y notorios, y cada uno de los investigadores que ha trabajado en este asunto a lo largo de los siglos lo ha hecho procurando, con absoluta determinación, preservar el estatus de textus receptus de la Biblia. La única excepción en toda esta cadena de eventos es el caso de Abraham  ibn Ezra, aquel tipo bastante particular que en el siglo 12  SABÍA de los problemas con el texto de la Torah y requirió de los demás guardar absoluto silencio al respecto. ¿Recuerdan lo que dijo? “Aquel que entiende reconocerá la verdad. Aquel que entiende guardará silencio”. ¿Y qué es lo que hemos visto como consecuencia de este silencio? Cerca de ochocientos años de Cruzadas, Inquisición, represión general y, en nuestra época presente, guerras entre israelíes y palestinos a raíz del alegato de que Israel es la “Tierra Prometida” y que como tal, pertenece a los judíos, lo cual nos trae a otra información desconcertante.

El gran académico judío Rashi de Troyes (1040-1105), hizo la sorprendentemente franca declaración de que la narrativa del Génesis, remontándose a la creación misma del mundo, fue escrita para justificar lo que hoy en día llamaríamos un genocidio. El Dios de Israel, que diera a su pueblo la “Tierra Prometida”, debía tener una supremacía inequívoca para que ni los desposeídos cananitas ni ningún otro grupo pudiera apelar sus decretos. [vii] Las palabras exactas de Rashi fueron que Dios enunció la historia de la creación y la incluyó en la Torah “para decir a su pueblo lo que podían responder a todos aquellos que declarasen que los judíos robaron la tierra de manos de sus habitantes originales. La respuesta debía ser: Dios la hizo y se la dio a ellos, pero luego se las arrebató y la entregó a nosotros. Puesto que él la creó y es de su propiedad, él puede darla a quien le plazca.”

El hecho es que los judíos todavía dicen eso mismo, con el apoyo de muchos Cristianos Fundamentalistas cuyas creencias son abiertamente esposadas por George Bush y allegados, todos de supuesta filiación cristiana, pero con motivos imperialistas y económicos propios.

Esto nos lleva a otro punto interesante: el establecimiento de un “dios único” y con indiscutible superioridad sobre cualquier otro, es un acto de violencia, cualquiera que sea el punto de vista desde el cual se le mire. En La Maldición de Caín Regina Schwartz escribe acerca de la relación existente entre el Monoteísmo y la Violencia, argumentando que el monoteísmo es la raíz misma de la violencia:

La Identidad Colectiva, que es el resultado del pacto del Monoteísmo, se describe de manera explícita en la Biblia como una invención, como una radical ruptura con la Naturaleza. Un dios trascendente irrumpe en la historia exigiendo del pueblo que él mismo ha constituido, obediencia a la ley que él mismo ha instituido; y primero y más importante entre todos los postulados de esa ley, obviamente, está el de jurar fidelidad a él y solo a él, bajo el pretexto de que esto es lo que los constituye en un pueblo unificado y diferente de cualquier otro, creando de esa forma la idea de “el otro”, que incluye a todos los demás, y desencadenando la violencia. En el Antiguo Testamento, un vasto número de “otros” pueblos resultan aniquilados, mientras que en el Nuevo Testamento otros tantos resultan colonizados y convertidos en nombre de dicho pacto. [viii]

Schwartz también escribe acerca del carácter “provisional” del pacto: este es condicional. “Creed en mí y obedecedme, o yo os aniquilaré”. No parece dejar otra opción, ¿verdad? Nos encontramos cara a cara con una pura y simple Teofanía Nazi.

En el siglo 19, varios estudiosos bíblicos se percataron de que no solo había dos fuentes en el Pentateuco, sino de hecho cuatro. Ellos cayeron en la cuenta de que en los primeros cuatro libros no solamente había “duplicados”, sino inclusive “triplicados”, que convergían en cuanto a una serie de características y contradicciones que condujeron a la identificación de otra fuente más. Luego se vio que el Deuteronomio correspondía por completo a otra fuente. Entonces no solamente se estaba lidiando con el problema de cuáles eran los documentos de la fuente original, sino también con el problema de la injerencia del “misterioso editor”.

Así pues, luego de años de sufrimiento, derramamiento de sangre y numerosas muertes a causa del asunto, resultó evidente que alguien había creado lo que los occidentales conocen como el Antiguo Testamento a partir de cuatro fuentes documentales diferentes, en un intento por crear una historia “continua” designada en diversas épocas como la Torah, a la que posteriormente se le agregó una serie de documentos “editados”. Luego de mucho análisis posterior se concluyó que la mayoría de las leyes y gran parte de la narrativa del Pentateuco ni siquiera proceden de la época de Moisés, lo cual significaba que del todo no podían  haber sido escritas por Moisés. Más aún, la escritura de las diferentes fuentes ni siquiera correspondía a la obra de individuos que hubieran vivido en los días de los reyes y los profetas, sino que evidentemente eran obra de escritores que vivieron hacia el final del período bíblico.

Muchos académicos sencillamente no pudieron soportar los resultados de sus propias investigaciones. Un erudito alemán que identificó la fuente del Deuteronomio exclamó que esa nueva visión de las cosas “asentaba los comienzos de la historia hebrea no ya sobre las grandes creaciones de Moisés, sino sobre una nube de inconsistencias”. Otros estudiosos se dieron cuenta de que lo que ello significaba era que la imagen de la Israel bíblica gobernada por leyes basadas en los pactos de Abraham y Moisés, era completamente falsa. No tengo duda de que tal estado de cosas debe haber contribuido a más de un suicidio, y lo cierto es que llevó a un buen número de individuos a abandonar el campo de la Teología y a desistir de toda labor de criticismo textual.

Otra manera de poner todas esas conclusiones es que la Biblia ha estado proclamando una historia de los primeros 600 años de Israel que probablemente nunca existió: todo ha sido una mentira. [ix]

Bueno, esto difícilmente se podía tolerar. Luego de tantos años de acondicionamiento de la gente para creer en el “Fin del Mundo” y de presentar a Jehová o a Cristo en el papel de salvadores de los escogidos durante este terrible evento, la mera sugerencia de que bien podría no haber ningún “salvador” y el terror de la condición humana que todo ello evocaría, sencillamente eran demasiado. Entonces apareció la caballería al rescate en la persona de Julius Wellhausen (1844-1918).

Wellhausen sintetizó todos los descubrimientos con la intención de preservar los sistemas de creencias de los académicos de orientación religiosa. Hizo una amalgama entre la visión de que la religión de Israel se había desarrollado en tres etapas y la visión de que los documentos también habían sido escritos en tres etapas, y luego procedió a definir estas “etapas” con base en el contenido de cada una. Rastreó las características de cada etapa, examinando la forma en que los diferentes documentos presentaban la religión, el clero, los sacrificios y los lugares de adoración, así como las diferentes festividades religiosas. Consideró las secciones narrativas y legales, así como los otros libros de la Biblia, y al final suministró un “marco plausible” para el desarrollo de la religión e historia judías. La primera etapa era el período “naturaleza/fertilidad”; la segunda era el período “espiritual/ético”, y la última era el período “sacerdotal/legal”. Como apunta Friedman: “Hasta la fecha, si uno está en desacuerdo, está en desacuerdo con Wellhausen. Si uno quiere proponer un nuevo modelo, debe comparar sus méritos con los del modelo de Wellhausen.” [x]

En este punto también quisiera hacer notar que a pesar de que Wellhausen estaba tratando de salvar el pellejo tanto del judaísmo como del cristianismo, durante su época ese esfuerzo no fue apreciado. William Robertson Smith, profesor del Antiguo Testamento que enseñó en el Colegio de la Iglesia Libre de Escocia en Aberdeen, y que fuera el editor de la Enciclopedia Británica, fue llevado a juicio por la Iglesia bajo cargo de herejía por promover el trabajo de Wellhausen. Resultó absuelto, pero la etiqueta de “el malvado obispo” le quedó prendida por el resto de sus días.

No obstante, el análisis de la Biblia continuó. Tradicionalmente se consideró que el libro de Isaías fue escrito por el profeta Isaías en el siglo octavo AC, y la mayor parte de la primera mitad del libro ciertamente calza con ese modelo, pero los capítulos 44 hasta el 66 aparentemente fueron escritos por otra persona diferente que debe haber vivido unos 200 años más tarde. Esto significa que su valor profético es cuestionable, ya que fue escrito después de los hechos mismos. 

Nuevas herramientas y métodos de la época moderna han posibilitado la realización de un trabajo realmente admirable en las áreas del análisis lingüístico y la cronología del material. Adicionalmente, ha habido una febril actividad arqueológica desde la época de Wellhausen, que ha producido enorme cantidad de información acerca de Egipto, Mesopotamia, y otras regiones aledañas a Israel. Esta información proviene de tabletas de arcilla, inscripciones en las paredes de las tumbas, templos y habitaciones, e incluso papiros. Aquí nos topamos con otro problema: en ninguna de las fuentes recopiladas, sean estas egipcias o del Asia Occidental, existe referencia alguna a Israel, su “famoso pueblo”, sus fundadores, sus conexiones bíblicas, ni cosa similar, con anterioridad al siglo 12 AC. Y el hecho es que incluso por 400 años después, no es posible deducir más de media docena de alusiones, que además resultan cuestionables en su contexto. Aun así, los judíos ortodoxos fundamentalistas se aferran a este puñado de referencias como quien está a punto de ahogarse y lucha por asir briznas de paja. Curiosamente, los Cristianos Fundamentalistas vuelven deliberadamente la vista lejos del asunto como si se vieran conminados por el virtual undécimo mandamiento de “No harás preguntas”.

El problema de la falta de validación externa para la existencia de Israel como nación soberana en al área de Palestina tiene una correspondencia dentro de la Biblia misma. La Biblia no acusa conocimiento alguno de la existencia de Egipto o del Levante durante el segundo milenio AC. Tampoco dice nada acerca de la expansión del imperio egipcio sobre la totalidad del Mediterráneo oriental (como de hecho sucedió); no hay mención de la marcha de los grandes ejércitos egipcios ni de las oleadas de Hititas que se movían para enfrentarse a los egipcios; de manera especial, hay ausencia de cualquier mención a los reyezuelos egipcianizados que gobernaban las ciudades cananitas, todos los cuales constituyen hechos históricos indiscutibles.

La gran y desastrosa invasión de los Pueblos Marinos durante el segundo milenio tampoco tiene mención alguna dentro de la Biblia. De hecho el Génesis describió a los filisteos como un pueblo ya establecido en la tierra de Canaán durante la época de Abraham (!).

Los nombres de los grandes reyes egipcios están por completo ausentes de la Biblia. En cambio sí encontramos figuras históricas que no tuvieron ningún carácter heroico, transformadas dentro de la Biblia en grandes héroes, como es el caso del hicso Sheshy (Num. 13:22). En otro caso se le da erróneamente el sobrenombre de Rameses II a un general cananita. El rey egipcio que se supone asistió a Oseas en Reyes 2 (17:4) “sufrió la indignidad” de recibir como nombre propio más bien el de su ciudad. ¡El Faraón Shabtaka aparece en el Cuadro de Naciones de Génesis 10:7 como una tribu nubia!

Los errores relativos a hechos históricos y a detalles arqueológicos confirmados van formando una pila cada vez más grande conforme uno estudia un poco acerca de la época y los lugares históricos, de tal manera que la idea que se viene a la mente es que los escritores de la Biblia deben haber vivido durante los siglos 7 y 6 AC, o inclusive después, y no sabían prácticamente nada de los eventos que habían tenido lugar unas cuantas generaciones atrás. Donald B. Redford, profesor de Estudios del Cercano Oriente en la Universidad de Toronto, tiene extensas publicaciones acerca de arqueología y egiptología. En cuanto al uso de la Biblia como fuente de información histórica, escribe:

El enfoque académico estándar de la historia de Israel durante el Reino Unificado, no representa a otra cosa más que a un serio ataque de anhelación compulsiva de tipo académico. Tenemos todas esas gloriosas narraciones en los libros de Samuel y Reyes 1, magníficamente escritas y ostensiblemente ciertas. Es una lástima que un riguroso examen histórico nos obligue a descartarlas y prescindir totalmente de ellas. Aun así, echemos mano de ellas –porque, ¿qué otra cosa nos queda?– y dejemos a otros la tarea de probar su grado de veracidad. […]

Si bien no sería cauto imputar aquí motivos cripto-fundamentalistas, la actual moda de tomar estas fuentes literalmente y como si fueran documentos en buena parte escritos en la corte de Salomón, proviene de un mal orientado deseo de rehabilitar la fe y sustentarla sobre cualquier argumento, sin importar qué tan  falaz sea. […]

Tal ignorancia es desconcertante cuando uno se ha dejado impresionar por las proclamas acerca de la infalibilidad de la Biblia hechas por los sectores conservadores de la Cristiandad. Y es un hecho que el Pentateuco y otros libros históricos presentan, con sobrada audacia, una cronología precisa que hace discurrir la narrativa bíblica a través del período mismo en el que la ignorancia y las discrepancias prueban ser aun más embarazosas. […]

Tal manipulación de la evidencia huele a prestidigitación y numerología, no obstante lo cual ha producido los endebles cimientos sobre los que se ha escrito un número lamentable de “historias” de Israel. La mayoría se caracteriza por una ingenua aceptación literal de las fuentes, acompañada por una incapacidad para evaluar el grado de confiabilidad y el origen de las evidencias. El resultado es la reducción de toda la información a un nivel común donde se convierte en  grano para una amplia variedad de molinos.

Los académicos han invertido una cantidad sustancial de esfuerzos en preguntas cuya validez ni siquiera se han molestado en probar. ¿Bajo cuál dinastía fue que José ascendió al poder? ¿Quién era el faraón durante la época de la Opresión? ¿Durante el Éxodo? ¿Podemos identificar a la princesa que sacó a Moisés de las aguas del río? ¿Por qué parte de Egipto huyeron los israelitas: por el Wady Tumilat o por algún punto más hacia el norte?

Se puede ver la futilidad de tales cuestiones cuando se hacen preguntas similares acerca de las historias Arturianas sin antes haber sometido el texto a una evaluación crítica. ¿Quiénes eran los cónsules de Roma cuando Arturo sacó la espada de la piedra? ¿Adónde nació Merlín?

¿Podemos realmente imaginar a un historiador clásico preguntándose acerca de si Iarbas fue el responsable del suicidio de Dido o si por el contrario fue Eneas, o por qué lugar exacto fue que Remo saltó el muro, o qué fue lo que le pasó a Rómulo durante la tormenta, o cosas similares?

En ninguno de estos casos imaginarios se ha comenzado por evaluar el grado de historicidad del material que dio pie a las preguntas. Todo académico que exima a cualquiera de sus fuentes de ser sometida a una evaluación crítica, corre el riesgo de invalidar algunas o todas sus conclusiones. […]

A menudo sucede que, dentro de este contexto, el término “bíblico” tiene el efecto limitante sobre la rigurosidad del trabajo académico de implicar la validez del estudio de la cultura e historia hebreas como cosas aisladas, cuando lo que se requiere es una visión del antiguo Israel que esté enmarcada dentro de su verdadero contexto del Cercano Oriente, una que ni exagere ni denigre el verdadero lugar de Israel dentro de ese entorno. [xi]

Ruego prestar especial atención al comentario de Redford: “Todo académico que exima a cualquiera de sus fuentes de ser sometida a una evaluación crítica, corre el riesgo de invalidar algunas o todas sus conclusiones”. La seriedad de esta afirmación no puede ser sobre-enfatizada. Es bien sabido que la gente ha muerto por millones a causa de este libro llamado La Biblia y por las creencias de todos aquellos que lo estudian. Y también en el presente continúa la gente muriendo en cantidades alarmantes por las mismas razones.

Después de todo, si aquellos que leen o analizan este libro y esposan creencias particulares basadas en su contenido, resultan estar equivocados, y luego tratan de imponer estas creencias sobre millones de otras personas que a su vez se ven influenciadas por ello para crear una cultura y una realidad basadas en una falsa creencia, cabe preguntarse: “En nombre de Dios, ¿qué es lo que está pasando?”

El problema de utilizar la Biblia como texto de historia es la ausencia de fuentes secundarias. Hay un enorme volumen de material anterior al siglo 10 AD en varias bibliotecas antiguas, “grano para el molino del historiador”, pero estas fuentes parecen quedarse casi por completo mudas al llegar al término de la 20ava dinastía egipcia. Así que la Biblia, como prácticamente la única fuente que declara cubrir este período en particular, se vuelve muy seductora: no importa que los descubrimientos de la arqueología no “calcen” con sus declaraciones, o que solo puedan hacerse calzar con la ayuda de una buena dosis de infundadas presuposiciones, o mediante el cierre deliberado de la mente a cualquier otra posibilidad.

Pero, ¿podría haber una RAZÓN para explicar este silencio de las otras fuentes? Esa es una buena pregunta acerca de la realidad de las cosas.

Toda persona que utilice la Biblia como historia se verá forzada, una vez se saque toda emoción fuera de la ecuación, a admitir que no tiene medios para verificar la veracidad histórica de los textos bíblicos. Como anotara Donald Redford más arriba, incluso los académicos que admiten, cuando se ven presionados a hacerlo, que un riguroso examen histórico los fuerza a descartar las narrativas bíblicas, de todas maneras las utilizan diciendo “¿qué otra cosa nos queda?”

De nuevo pregunto: ¿Porqué?

Sabemos que en épocas antiguas los muchos libros que presentaban a la Biblia como rigurosamente histórica fueron inspirados por la motivación fundamentalista de confirmar la “preeminencia moral” de la Civilización Occidental. En el presente este factor pesa menos en los Estudios Bíblicos, y sin embargo existe todavía la tendencia a considerar tales fuentes de manera literal por parte de individuos que se pensaría son capaces de un mayor discernimiento.

Podría ahondar todavía más en este asunto, pero creo que el lector ya tiene una idea de lo que estoy hablando, aun si pudiera no estar de acuerdo. Pero el punto es, de nuevo, “¿Quién escribió la Biblia y PORQUÉ?”

Retornemos por un momento a la curiosa afirmación de Rashi de que la narrativa del Génesis fue escrita para justificar lo que hoy en día llamaríamos un genocidio. Si aunamos a esto la implicación del libro de Umberto Eco, La Búsqueda del Lenguaje Perfecto, de que la validación de la Biblia hebrea fue apoyada por los primeros académicos cristianos como una manera de legitimar al judaísmo, cosa que era indispensable con vistas a legitimar al cristianismo como la “única y verdadera religión”, entonces comenzamos a tener la incómoda sensación de que se nos “ha tomado el pelo”. Lo que esto implica es que los cristianos existen para que los “derechos” de los judíos, aquellos inapelables decretos de Jehová/Yahvé, puedan ser heredados por la Iglesia Cristiana, ¡según fuera instituida por Constantino por razones evidentemente políticas! No obstante, por el acto mismo de legitimar el judaísmo y “crear” el cristianismo como una versión actualizada de la religión egipcia, el mundo occidental, en su inmensa codicia de poder, podría haber tomado a un tigre por la cola.

  Durante el mismo período en el cual aparece el Nuevo Testamento (resultado de la incorporación de algunos textos antiguos extensamente editados y, en su mayoría, insertados a través de múltiples instancias de “corte y pegado”), encontramos al mundo occidental sumido en una edad oscurantista de la cual son pocas las fuentes secundarias que sobrevivieron.

¿No es eso un tanto extraño? El Antiguo Testamento está escrito acerca de una Edad Oscurantista, solo que unos cuantos centenares de años después, y el Nuevo Testamento está escrito acerca de una Edad Oscurantista, también unos cuantos centenares de años después. Ambos incorporan algunas historias probablemente válidas pero extensamente editadas, cortadas y pegadas, revestidas de una gruesa pátina idiosincrática y con numerosas interpolaciones concebidas desde la perspectiva de  una clara y definitiva agenda “política”.

¿Acaso vemos un patrón detrás de todo esto? ¿Podría haber una razón?

A fin de cuentas lo que observamos es la imposición, sobre la mayor parte del planeta, de un sistema monoteísta draconiano. Es la fuente de la cual se han extraído casi todos los aspectos de nuestra presente sociedad. Ha sido la justificación de los baños de sangre más cruentos de que da cuenta la historia “escrita”. ¿Podría haber una razón detrás de todo esto? Con esas consideraciones en mente, uno podría pensar que el conocimiento de la certeza de quién escribió la Biblia y cuándo se escribió, debería ser considerado crucial para cualquiera que aspire a estar mejor equipado para la toma de decisiones relativas a asuntos de fe y de creencias de las cuales podría depender cada aspecto de su vida.

Como ya hemos descubierto, lo que comenzó como una búsqueda de respuestas acerca de los contradictorios y desconcertantes pasajes del Pentateuco llevó a la idea de que Moisés no fue su autor. Esto a su vez llevó al descubrimiento de que muchas y divergentes fuentes fueron combinadas en una sola, y que esto se ha hecho en épocas diferentes y de maneras diferentes. Cada una de las fuentes resulta claramente identificable por las características del lenguaje y del contenido. Nuevos avances en la arqueología y en nuestro nivel de comprensión del mundo social y político de la época nos han ayudado enormemente a tener un mejor entendimiento del medio ambiente en el que los documentos fueron creados. Y es que a fin de cuentas, la historia de la Biblia es la historia de los judíos.

El Antiguo Testamento es el resultado de la combinación de varias fuentes, tradicionalmente identificadas por las letras capitales J(Yahvé), E(lohim), D(euteronomio), S(acerdotal) [esta última en inglés “P”, de “priestly”, o sacerdotal / N. del T.], sumadas a la obra del editor final que combinó todas estas y agregó sus propios toques personales. Con base en cierta evidencia se ha planteado que la versión E fue escrita por un sacerdote levita que favorecía a la línea Mosaica de sacerdotes de Shiloh, y que la J fue escrita por uno que favorecía a la línea Aarónica de sacerdotes de la casa real Davídica de Jerusalén. La conclusión es que ambas fueron escritas a partir de fuentes orales de mitos y leyendas, mezcladas con algo de historia, después de la supuesta separación de los dos reinos, y más tarde recombinadas después de la conquista Siria durante el reinado de Ezequías. Sin embargo, también resulta enteramente factible que nunca existiera un reino unificado de Israel en Palestina, y que más bien estas historias de un gran reino fueran recuerdos tribales de algo completamente diferente. Se estima que el autor de J vivió entre el 848 y el 722 AC, y el autor de E entre el 922 y el 722 AC. Así que es probable que E sea el documento más antiguo y que J represente, o una perspectiva diferente, o bien una serie de cambios introducidos posteriormente.

La historia de la unificación de las tribus de Israel bajo David, seguida del gran reinado de Salomón y este a su vez seguido por el cisma en el reinado de Rehoboam, hijo de Salomón, es el tema central de la Biblia. La “esperanza de Israel” se basa en la idea de la reunificación de Judea e Israel bajo la égida de un rey davídico. Por supuesto, y para comenzar, todo ello se basa en el otorgamiento de la tierra a los Hijos de Israel luego de que fueran “conducidos fuera de Egipto” durante el Éxodo por la mano de Dios. Moisés representa al líder divinamente inspirado que reveló el dios de los patriarcas a su nación en la forma de una “Deidad Universal”. ¿Acaso el testimonio de la pala del arqueólogo confirma la existencia del Éxodo en cualquiera de los dos lados de la historia? 

La historia del Éxodo describe la forma en que una nación esclavizada se vuelve grande en el exilio y cómo, con la ayuda del Dios Universal, declara su independencia de la que fuera la más grande de las naciones de la Tierra: Egipto.

Imágenes poderosas, no hay duda. Tan importante es la historia de la liberación que un total de cuatro quintas partes de las escrituras principales de Israel están dedicadas a ella.

Pero el hecho es que ni doscientos años de intensas excavaciones y estudios de los restos del antiguo Egipto y Palestina han conseguido dar apoyo alguno a la historia del Éxodo en el contexto dentro del cual este es presentado. [xii]


  Continuar con la Parte 2




[i] The Bible Unveiled (“La Biblia Develada”), M.M. Mangasarian, 1911; Chicago: Independent Religious Society

[ii] Jueves, Noviembre 20, 2003

[iii] Ver la sección Magazine del St. Petersburg Times del 13 de Febrero del 2000 para un artículo de 20 páginas acerca de mi trabajo como hipnoterapeuta y exorcista, escrito por Thomas French, ganador del Premio Pulitzer.

[iv] Friedman, Richard Elliot, Who Wrote the Bible (“Quién Escribió la Biblia”); New York : Harper & Row 1987.

[v] Citado por Friedman

[vi] Ibid.

[vii] Ashe, Geoffrey, The Book of Prophecy (“El Libro de las Profecías”); Blandford, Londres 1999, p. 27.

[viii] Schwartz, Regina M., The Curse of Cain, (Chicago: The University of Chicago Press 1997).

[ix] A estas alturas, el lector ya debe haberse dado cuenta de que no se trata estrictamente de una “mentira”, sino de un relato altamente mitificado elaborado con base en las acciones de algunos individuos realizadas dentro de cierto contexto histórico. Pero luego del proceso de mitificación, y de la imposición de la creencia en estos mitos como si fueran la realidad, y con el paso de un par de miles de años, el tratar de esclarecer quién es quién, o quién hizo realmente qué, es, en el mejor de los casos, un asunto problemático.

[x] Friedman, cit. op., pp. 26-7.

[xi] Redford, Donald B., Egypt , Canaan, and Israel in Ancient Times (“Egipto, Canaán e Israel en la Época Antigua”), Princeton: Princeton University Press 1992, pp. 301, 258, 260-1, 263. (letra cursiva nuestra)


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